Después de lo cansado que estaba, el sábado no madrugamos precisamente. No serían menos de las 10:30 cuando salíamos de la cama y, de momento, con la única intención de desayunar tranquilamente. Tostadas, zumo y café
con vistas al mar.
Poco a poco vamos saliendo del
amodorramiento, provocado no solo por el cansancio sino también por el clima que a mí siempre me baja la tensión notablemente. Haciendo vida de gato, cambio la silla por el sofá y nuevamente por la silla, mientras hacemos tiempo para ir a la playa con lo tíos de Eva. Su tío y su primo madrugaron mucho más para echar las cañas al agua.
Ese rato lo aprovecho para
buscar una red Wi-Fi abierta para conectarme, algo que es harto sencillo cada vez que visito ese apartamento. Localizo unas
20 redes y habrá como
4 ó 5 abiertas al público.Por fin nos juntamos para ir a la playa de
San Juan. Cogemos dos coches para poder entrar todos y hacemos una breve parada en la
gasolinera La Goteta, en
Avda. Denia 30 para repostar a razón de
0,969€ el litro de diésel. Hay que tener cuidado con la salida de esta estación de servicio, ya que se encuentra
en plena curva en un lugar en el que todo el mundo llega acelerando al ser subida y llevan ya una velocidad considerable.
Aparcamos los coches en el paseo de la playa y nos colocamos junto al agua. La arena estaba ya muy caliente y el sol pegaba fuerte, así que más valía no tener que andar mucho para poder refrescarse.
Para no faltar a la verdad no me gustan nada las playas del Mediterráneo. No por las características de las mismas si no por el tipo de turismo asociado y el urbanismo que conlleva.
Construcciones muy verticales, pegadas a la arena y, muchas veces, de escaso valor estético (opinión personal desde luego). Es la estridente evidencia de lo que ha primado a la hora de desarrollar los núcleos urbanos de la zona: el turismo, que es lo que
da dinero, sobre la integración ambiental o la coherencia urbanística, que
cuesta dinero.
Retirando de mi mente estas ideas, estuvimos un rato metidos en un agua caliente como no recordaba. Hace apenas un mes la cataba mucho más fría en Salou, lo que no me hacía esperar la agradable temperatura que iba a tener en Alicante.
Tras mirar en algunos restaurante de la zona y comprobar que los menús de día se cobraban a 30€, nos acercamos al
centro de ocio Panoramis, junto al puerto de Alicante. Elegimos el
Hollywood Foster´s que se sitúa de cara a los barcos atracados.
No es uno de mis sitios favoritos pero quedé gratamente sorprendido por alguno de los bocados. El primero en uno de los entrantes, no recuerdo su nombre pero sí que llevaba
queso Brie empanado con uvas rojas y estaba muy bueno. Y después en mi segundo plato,
costillas con salsa cajún.
Aunque lo que más apetecía tras el atracón era una buena siesta (como hicieron algunos) Eva, Berta, Silvia y yo fuimos a la playa de nuevo, a conseguir
look bronce.
Elegimos en esta ocasión la playa entre
Urbanova y
Arenales del Sol. Pese a estar cerrado (por lleno) metimos la furgoneta hasta el
parking junto a la playa, al que se accede por la rotonda situada entre ambas urbanizaciones. Un poco antes hay un
Furgoperfecto de los que buscan en el foro furgoVW.
Esa siesta deseada casi tuvo lugar finalmente en la arena. Estuvimos un rato tumbados dejando pasar el tiempo y luego nos dimos un chapuzón que se sintió más fresco que por la mañana. Jugamos un rato con las palas en el agua, justo en la zona en la que la orilla tenía mayor pendiente, lo que hacía que te cansaras más. Era la excusa perfecta para sudar y darse otro baño.
Más o menos a las 19:00 recogíamos el campamento y nos íbamos a la piscina de la urbanización, que seguía con su agua
calentorra, que
parece que esté climatizada.
Por la noche fuimos a ver los fuegos, pero antes teníamos que cenar. Buscamos sitio en el que sentarnos durante un rato pero la inmensa marea de gente que había ese día nos hizo optar por comprar unos bocadillos y comerlos en la playa. El
Bocatta nos pillaba de camino, así que allí fuimos a parar, guardando una cola que llegaba hasta fuera del local. La anécdota la protagonizó un señor, quizá no del todo en sus cabales, que no tenía mucha intención de guardar esa cola. Se colocó detrás de mí aún cuando había más gente detrás... y le habían echado el alto.
El buen hombre argumentaba que
el había ido más veces allí, que había uno que le conocía y que tenía derecho, además, decía, ni siquiera le iban a preguntar qué quería porque ya lo sabían.
Así las cosas empezó a empujarme distraídamente y decirme
que si a mí tampoco me dejaban colarme. Le contesté que cada cual debía guardar su puesto en la cola, cosa que no debió hacerle mucha gracia porque, después de despotricar un rato más, se marchó diciendo que él no iba a esperar para comer un bocadillo... Pues nada.
Ya en la playa nuestro asombro por la cantidad de gente se vio multiplicado. Estaba abarrotada y estábamos en la parte más lejana a los fuegos.
A mi personalmente no me parecieron los más maravillosos del mundo, pero los allí reunidos disfrutaron de lo lindo dejando escapar algún "¡Ohhh!" y dando palmas cada vez que alguno hacía mucho ruido.
A casa volvimos a pie, unos 40 minutos de caminar, porque era misión imposible coger un taxi. O casi, porque Isabel y Chari asaltaron uno. Literalmente.
Abrieron la puerta mientras iba moviéndose despacio en una rotonda y se metieron dentro en un abrir y cerrar de ojos.
El resto, cuando llegamos a casa, estábamos deseando meternos en la cama y desmayarnos.