lunes, 14 de diciembre de 2009

Cantabria (II)

Día 2: Viveda - Cuevas de El Soplao (Rábago)
Distancia: 57 km // Tiempo: 45 min // Consumo: 5 L
Combustible: 4,65 € // Peajes: 0,00 € // Total: 4,65 €
Alojamiento: 35,00 € // Alimentación: 50,00 € // Varios: 20,00 €

El desayuno se sirve entre las 9:00 y las 11:00 y nosotros teníamos que tomarlo a primerísima hora porque teníamos reserva para visitar las cuevas de El Soplao a las 10:15. Estuvimos esperando desde las 8:45 en la entrada del cobertizo cerrado donde se hacen los desayunos, mientras veíamos como Antonio preparaba las mesas y contábamos la excelente temperatura que hacía para ser 6 de Diciembre.
En cuanto nos abrió el paso nos colamos al interior a comer rápidamente los bollitos de pan con mantequilla y mermelada y los sobaos acompañados de un caliente café casero y volvimos a los cuartos para terminar de asearnos y poder salir escopeteados. Seguro que alguien me mira mal si digo que a unos nos costó menos que a otros.
Nos habían pintado las cosas mejor de lo que esperábamos y mejor de lo que realmente fueron. Nuestra información decía que el viaje sería cosa de media hora y, como salíamos a eso de las 9:20 pasadas parecía que teníamos margen de maniobra. Fuimos por la A-8 a una velocidad moderada hasta la salida 269, un poco antes de Unquera, donde cogeríamos la CA-181 que unos 12 kilómetros más adelante nos dejaba en Rábago. Desde allí otros 7 kilómetros de subida en una carretera muy empinada hasta el parking de El Soplao.
Hora: las 10:16. Vimos desde las vallas como nuestro turno se introducía en la cueva.
Fuimos a la taquilla y sacamos las entradas por misericordia de la chica que había tras el mostrador. Eso nos dio la posibilidad de esperar a coger el tren que te adentra los primeros 300 metros de cueva, si en los siguientes grupos había huecos. Pudimos entrar, aunque las chicas por un lado y los chicos por otro.

La cueva de El Soplao fue descubierta a principios del siglo XX, con motivo de la explotación minera de La Florida y está considerada una de las grandes maravillas de la geología. Recibe este nombre porque es así como se bautiza a las grandes cavidades que se encuentras durante la excavación de una mina y que producen una fuerte corriente de aire.
Hicimos la visita corta, la turística. Comienza con la entrada a la cueva en una recreación de tren minero, como ya se ha dicho, a través de la galería minera de La Isidra. En el interior se hace una visita guiada de aproximadamente una hora a lo largo de diversas salas acondicionadas para el tránsito pero de una forma relativamente respetuosa con la cavidad. Digo relativamente por el impacto visual y no por daños provocados en los elementos.
Mediante juegos de luces y sonidos se muestran todos las maravillas geológicas que aquí se reunen: estalactitas, estalagmitas, coladas, columnas, excéntricas,... Algunas de ellas muestran una purísimo color blanco y otras están teñidas por los colores ferrosos de los materiales que se extraían de la mina y cuya tonalidad arrastra el agua al ir filtrándose por las rocas.
En nuestro caso, creo que nos tocó una guía un poco sosita, demasiado leída y que parecía llevar el relato aprendido de memoria. Además hay que ir preparado para esas situaciones en las que mucha gente quiere ver lo mismo al mismo tiempo; yo recibí dos empujones mientras avanzábamos por los pasillos de gente (de edad muy adulta ya) para pasar delante a toda costa.
La visita está muy bien y se pueden observar estampas que quedan en la retina por mucho tiempo. Y además se puede completar con otra visita, la de turismo-aventura, en la que se baja una par de niveles más abajo recorriendo durante dos horas y media otras galerías pero en estado natural. Para esta actividad se suministran trajes, botas, casco y linternas, que serán la única luz existente en el interior.
Nosotros no encontramos hueco los días en que estuvimos haciendo reservas, así que tendremos que volver para terminar la visita.
Nuestro siguiente destino sería San Vicente de la Barquera, obsesión evidente de una de las integrantes del grupo (con ella serán ya dos los que me miren mal), aunque era un lugar que todos teníamos interés en conocer .

Día 2: Cuevas de El Soplao (Rábago) - San Vicente de la Barquera
Distancia: 28 km // Tiempo: 40 min // Consumo: 3 L
Combustible: 2,79 € // Peajes: 0,00 € // Total: 2,79 €
Desandamos nuestros pasos por la revirada carretera de bajada a Rábago y continuamos hasta llegar a la N-634 que conduce directamente a San Vicente. Avanzando por ella, cruzamos sin respirar los dos puentes del pueblo, aunque solo sea el de La Maza el que ostenta el poder de hacer que quien lo cruza de esta manera se case pronto.
Ya que lo habíamos cruzado, bajamos de la furgo a sacar unas panorámicas de San Vicente desde el barrio de la Playa.

Volvimos hacia el núcleo urbano para aparcar y comenzar a callejear, pero como estaba todo lleno de gente nos costó un rato. Pudimos hacerlo acercándonos a la parte alta del pueblo, que era la que más nos interesaba visitar por aglutinar la mayoría de los lugares de interés de la villa. En el siguiente plano aparece resaltada nuestra zona de actuación.

Nos encaminamos en primer lugar hacia la Torre del Preboste, que flanquea la Puerta de la Barrera, también conocida como Puerta de Santander. En este torreón se acomodó el preboste durante la Edad Media para la recaudación de impuestos de la zona; posteriormente se convertiría en cárcel de la villa.

Unos metros más arriba encontramos el actual Ayuntamiento, conocido como Palacio de la familia Corro, creado en el siglo XVI, a órdenes del inquisidor Antonio del Corro para acoger a los enfermos de San Vicente.
Avanzando entre el Hospital de la Concepción y el albergue de peregrinos, subimos hasta la Iglesia de Santa María de los Ángeles que se encontraba cerrada y sólo pudimos ver por fuera. La verdad que no me gustó mucho, está mal conservada y desde el siglo XIII en que comenzó su construcción quizá debería recibir un mantenimiento, aún a costa de perder originalidad. En su interior se conserva (aunque no pudimos verlo) el sepulcro del inquisidor Corro, que es considerada una de las obras funerarias más bellas del país.
Desde el enclave en el que se hiergue la iglesia pudimos contemplar algunas de las mejores y más típicas vistas de la villa, asomados a las murallas que dan a la Marisma de Pombo.

Volvimos sobre nuestros pasos por la Calle Alta y, al pasar por el Castillo, decidimos hacerle una visita por la tarde en cuanto abrieran. Por el momento seguiríamos bajando en dirección al Puente de la Barquera. Desde allí, nos dirigimos a la Avenida del Generalísimo donde se encuentran algunos de los mejores restaurantes de San Vicente y que fuimos ojeando uno a uno en ambas aceras para encontrar el que más nos apetecía.
Pasear por esta calle es muy bonito, con sus grandes portaladas y las mesas puestas en las terrazas en pleno Diciembre, con el marisco y la carne en las cámaras a la vista de todos para que sepas lo que se te viene encima.
El lugar que más nos llamó la atención fue el restaurante Costa Mar, en el nº 27 de la calle. Estaba con todas las mesas ocupadas y nos ofrecían comer en la terraza, cosa que declinamos porque, pese a no hacer un frío espantoso, tampoco era lo más agradable y nos obligaría a estar con el abrigo puesto casi con absoluta certeza. Decidimos esperar a que se vaciara alguna mesa mientras nos tomábamos una tablita de jamón ibérico y unos albariños, mientras íbamos pensando en qué queríamos comer.
Pasaré por alto la siguiente media hora apuntando simplemente que se dedicó, prácticamente en su totalidad, a ver lo que querían unos y que debían de pedirse otros... horrible, porque en un restaurante las mujeres quieren comer todos los platos, con lo que uno no puede pedir lo que le apetece sino lo que le apetece al grupo. Es demasiado complicado para los hombres.
Poco antes de ir a la mesa comunicamos a la camarera que queríamos arroz con bogavante, caldereta de marisco y mariscada mixta (que lleva algo de pescado) siendo todo platos para dos personas. Pedimos también una botella de albariño y estuvimos largo rato disfrutando y chuperreteando todo lo que nos caía en las manos. Como todavía me queda meterme con alguna de las niñas, sacaré a colación la adicción más que evidente que alguien tenía con el marisco. La verdad que era para verla coger langostas, partirlas sin necesidad de herramienta alguna, repartir trozos y empezar a sorber los jugos mientras ya tenía en mente otro par de cucharadas de arroz... jajaja, respeto.
Tomamos el postre y el café y hicimos el acopio de todas nuestras fuerzas para vencer el sueño postmeridian y poder acercarnos a visitar el Castillo .
Éste es uno de los mejores ejemplos de edificación defensiva de toda la región. Se construyó en 1210 tras recibir la villa, el fuero otorgado por Alfonso VIII. En la actualidad se usa para eventos diversos o como sala de exposiciones, tal fue nuestro caso.

Se trataba de una exposición permanente sobre la historia y la naturaleza en San Vicente de la Barquera, en la que se pueden observar piezas y documentos históricos, dioramas de épocas anteriores y simulaciones fotográficas del entorno natural tal y como se encontraba hace siglos.


Desde lo alto pudimos hacer unas fotografías de cómo la niebla se iba apoderando de toda la bahía

y decidimos emprender el camino hacia nuestro siguiente destino, recomendación de Antonio: Bárcena Mayor.

Día 2: San Vicente de la Barquera - Bárcena Mayor

Distancia: 50 km // Tiempo: 45 min // Consumo: 5 L
Combustible: 4,65 € // Peajes: 0,00 € // Total: 4,65 €
Circulamos primero por la N-634 hasta Cabezón de la Sal y desde allí por la CA-180 para introducirnos en la reserva natural del Saja, llegando hasta el único núcleo de población que existe allí. Recibe tantas visitas que el parking que hay antes de llegar al pueblo es casi más grande que éste. Una autocaravana estaba ya preparándose para la cena antes de hacer noche allí.
De Bárcena Mayor se dice que es el pueblo más antiguo de Cantabria y posiblemente de España y fue declarado conjunto histórico-artístico en 1979 por su magnífico estado de conservación, producto de la renovación que se le dio al pueblo durante el gobierno de Ormaechea.
Casi la totalidad de sus edificaciones de piedra ha sido restaurada, eso sí, conservando el espíritu de las construcciones montañesas, y todas las calles están empedradas, animando a todos sus habitantes a pasear por ellas.

Se ven numerosos puestos de artesanía en los bajos de las casas y levantar la cabeza hacia las balconadas de las mismas es un auténtico deleite para la vista. También es famosa su gastronomía en la que destaca el cocido montañés y la carne de caza, que nosotros no probamos porque ya llevábamos buen empacho desde la comida.

Deambulamos por muchas de las calles del pueblo mirando a todos lados y maravillándonos con cada rincón: fachadas impresionantes, un gato y un perro jugando a pillar en un balcón, esquinas donde la luz nos invitaba a tomar una foto tras otra,... Era uno de esos casos en los que visitar un lugar de noche tiene tanto o más encanto que hacerlo de día.

Un poco por el cansancio y un poco por el fresco, entramos en un bar a tomar una café y coger lotería de Navidad antes de emprender el camino de vuelta y ya con todas las compras gastronómicas hechas: chocolates, embutido de caza, patés, sobaos pasiegos,... un poco de todo para repartir con la familia a la vuelta del fin de semana.
De vuelta a la furgo recorrimos los últimos lugares que nos faltaban por ver en el pueblo y nos hicimos las últimas fotos mientras nos planteábamos las ganas de cenar que pudiéramos tener cuando volviésemos a casa.


Día 2: Bárcena Mayor - Viveda
Distancia: 53 km // Tiempo: 50 min // Consumo: 5 L
Combustible: 4,65 € // Peajes: 0,00 € // Total: 4,65 €
Era tarde cuando pasábamos por Santillana del Mar y entramos en uno de los restaurantes que están junto a la carretera nacional un poco antes de que empezaran a tener ganas de cerrar. Cenamos a base de hamburguesas, ensaladas o platos combinados que nos saciaron el apetito con buen gusto y sin gran dolor para el bolsillo. Rondaría los 10€ por cabeza llenar el buche esa noche.
Sabíamos que el día siguiente lo dedicaríamos a visitar el pueblo, pero quisimos dar una pequeña vuelta esa noche un poco con la idea de bajar la comida antes de irnos a la cama. El paseo no duró más de 20 minutos pero cumplió el doble objetivo: asentar los alimentos en el estomago y adelantarnos el trailer de los que nos esperaba el día siguiente.

miércoles, 9 de diciembre de 2009

Cantabria (I)

Este viaje lo idearon, prepararon y organizaron las chicas: Eva, Berta, María y Noemí. Carlos y yo hicimos más el papel de invitados que de cooperantes.
Ya había estado tres veces este año en Cantabria pero no me importaba repetir porque hay mucho que ver en esta comunidad, como reza el eslogan: Cantabria Infinita. Además me interesaba conocer más Santillana del Mar y sus alrededores, de los que tenía buenas referencias.

Día 1: Logroño - Viveda
Distancia: 270 km // Tiempo: 2:30 h // Consumo: 24 L
Combustible: 22,32 € // Peajes: 12,80 € // Total: 35,12 €
Alojamiento: 35,00 € // Alimentación: 50,00 € // Varios: 6,00 €

Itinerario VíaMichelín
Nuestra intención era aprovechar al máximo el tiempo que pudiéramos pasar en la zona de modo que salimos pronto, a las 9:30 de la mañana, que entre unas cosas y otras nos daba para ponernos en la AP-68 poco antes de las 10:00. Seguiríamos esta autopista hasta Bilbao, abonando los 12,80€ pertinentes y circunvalamos la capital vizcaína ya entrados en la A-8, autovía del Cantábrico.
En lugar de atravesar Santander, que previmos con mucho tráfico, nos desviamos hacia Torrelavega, y alargamos un poco el camino al pasar por el Puente de San Miguel y Santillana del Mar antes de llegar al barrio de Viveda. Allí se encuentra el lugar donde pernoctaríamos las dos noches siguientes: hostería el Faro. El alojamiento se basa en habitaciones equipadas con TV y baño, pero carece de zonas comunes con lo que es apropiado para emplearlo simplemente como punto para volver a dormir, haciendo el resto del día de visita en visita. Regentado de forma cálida y acogedora por Merce y Antonio, cumplió sobradamente con lo esperado, costando la habitación doble 35€ por noche.
Nada más llegar solucionamos un pequeño problema con la batería de la furgo, dejamos las cosas en las habitaciones y conversamos un poco con nuestra anfitriona que no cesó de alabar las bonanzas y privilegios de la tierra que habíamos decidido conocer.

Día 1: Viveda - Comillas
Distancia: 32 km // Tiempo: 25 min // Consumo: 2,5 L
Combustible: 2,33 € // Peajes: 0,00 € // Total: 2,33 €
El primer pueblo de la lista era Comillas. Llegamos a la hora de comer cosa que hicimos en La perla negra, en el Paseo Jesús Cancio con vistas a la playa. El menú del día por 11€, en mi caso compuesto por almejas a la marinera y pimientos del piquillo rellenos de marisco.
Comenzamos nuestro recorrido por el puerto y subiendo desde éste hacia el cementerio por el paseo de la costa. Pudimos contemplar los Picos de Europa ya nevados al fondo, con el mar en primer término mientras alanzábamos hacia lo que en su día fue una iglesia gótica. Anduvimos por el interior bajo la atenta mirada del ángel castigador, obra de Josep Llimona del año 1893.

Nos acercamos hasta la plaza del ángel donde se sitúa la oficina de información en la que cogimos folletos de las localidades que teníamos pensado ver en las dos próximas jornadas. Desde allí nos encaminamos hacia el capricho de Gaudí obra del genial arquitecto.

Esta pequeña casa redondeada con una elevada torre es hoy un restaurante en el que podemos tomar el menú degustación por 45€. Una construcción fascinante al hilo de todas las que diseñó Gaudí, con mucho colorido y marcada decoración hispanoárabe.
También situados en el parque del Sobrellano se hayan el palacio del mismo nombre y la Capilla Panteón de los que no pudimos ver su interior porque se había pasado el horario de visitas.
Pasamos por el Ayuntamiento antiguo (1780) y por la iglesia de San Cristóbal, levantada con el sudor y el dinero de los vecinos del pueblo a raíz de la intención del Duque del Infantado de ejercer su privilegio sobre uno de los asientos del antiguo templo (sobre el que hoy se levanta el cementerio).
Un poco más adelante, junto al monumento al Corazón de Jesús que fue reconstruido en la década de los 40 tras ser destruido durante la guerra civil, obtuvimos unas maravillosas vistas del ocaso sobre los Picos de Europa.

Estábamos a un paso de la casa del Duque que estuvimos viendo junto a la antigua cárcel de la villa, hoy albergue de peregrinos. La casa del Duque es una imponente construcción fruto de la admiración que se despertaba a finales del siglo XIX por el mundo anglosajón.

Ya de vuelta hacia la furgo pasamos por el monumento al Marqués de Comillas ubicado en una colina desde la que la figura parece estar oteando el mar en espera de uno de sus barcos de la Compañía Transatlántica. La estatua es un homenaje del pueblo al Marqués por el gran beneficio que trajo al pueblo.

Junto a ella estuvimos probando las posibilidades que brinda una mayor exposición a las fotografías de noche.
Enseguida llegaría la hora de la cena y queríamos que nos cogiera en Suances así que nos dirigimos a la furgoneta mientras veíamos cómo rompían las olas contra el espigón del puerto. Dimos un rodeo buscando la Universidad Pontificia de Comillas, de la que sólo pudimos ver su puerta, obra de Joan Martorell, ya que se encuentra cerrada y en obras.


Día 1: Comillas - Suances
Distancia: 37 km // Tiempo: 35 min // Consumo: 3 L
Combustible: 2,79 € // Peajes: 0,00 € // Total: 2,79€
En Suances aparcamos junto a la plaza del generalísimo donde un grupillo de chavales me pusieron los dientes largos con sus monopatines. Bajamos por la calle Julián Ceballos en busca del paseo marítimo para encontrar un sitio donde cenar, pero como nos encontramos un poco perdidos, decidimos volver a la furgo y acercarnos motorizados.
Echamos un vistazo rápido al faro desde el mirador del Torco y nos dirigimos al Paseo de la Marina para buscar un lugar que nos sedujera. Aparcamos en el muelle y entramos a tomar una cerveza y satisfacer nuestras necesidades evacuatorias en un bar-restaurante que fue solicitado como enclave óptimo para la cena por parte del grupo. Finalmente se escucho a la mayoría y recorrimos el paseo arriba y abajo en busca de diferente opciones a la que ya conocíamos y que precisamente se encontraba en la semana del buey.
Aunque en plena época estival el pueblo tiene que ser una fiesta continua, en pleno diciembre no dice mucho en cuanto a marcha. La pizzería en la que entramos se encontraba pared con pared con el otro sitio y de hecho debían de compartir algo más porque desde uno se ve el otro. Pedimos pizzas y lasañas todos menos Eva, que se decantó por el solomillo de buey en lo que a la postre se vio una magnífica decisión.
Alargamos un poco la sobremesa hasta las 23:30 pasadas y tomamos ya la furgo para volver a la hospedería.

Día 1: Suances - Viveda
Distancia: 15 km // Tiempo: 20 min // Consumo: 1,5 L
Combustible: 1,40 € // Peajes: 0,00 € // Total: 1,40 €
Los datos de este itinerario son un poco orientativos porque he de reconocer que durante un rato nos sentimos bastante perdidos. De hecho, circulamos por una carretera en la que a cada giro esperábamos darnos de bruces con la chica de la curva. Hicimos caso a una señalización de obras que nos metió de lleno en esa vía en la que, en muchas ocasiones, encontrarnos con alguien de frente hubiera obligado a parar a algunos de los dos vehículos. Por fortuna no encontramos a nadie... ni siquiera en las casas que fueron apareciendo.
Sí que vimos un control de alcoholemia de la Guardia Civil, por delante del cual pasamos hasta 3 veces al no saber exactamente la dirección que debíamos seguir. Antes de la 1:00 de la madrugada llegamos a la hospedería y nos fuímos directos a la cama, ya que al día siguiente tocaba madrugar.