Distancia: 57 km // Tiempo: 45 min // Consumo: 5 L
Combustible: 4,65 € // Peajes: 0,00 € // Total: 4,65 €
Alojamiento: 35,00 € // Alimentación: 50,00 € // Varios: 20,00 €
El desayuno se sirve entre las 9:00 y las 11:00 y nosotros teníamos que tomarlo a primerísima hora porque teníamos reserva para visitar las cuevas de El Soplao a las 10:15. Estuvimos esperando desde las 8:45 en la entrada del cobertizo cerrado donde se hacen los desayunos, mientras veíamos como Antonio preparaba las mesas y contábamos la excelente temperatura que hacía para ser 6 de Diciembre.
En cuanto nos abrió el paso nos colamos al interior a comer rápidamente los bollitos de pan con mantequilla y mermelada y los sobaos acompañados de un caliente café casero y volvimos a los cuartos para terminar de asearnos y poder salir escopeteados. Seguro que alguien me mira mal si digo que a unos nos costó menos que a otros.
Nos habían pintado las cosas mejor de lo que esperábamos y mejor de lo que realmente fueron. Nuestra información decía que el viaje sería cosa de media hora y, como salíamos a eso de las 9:20 pasadas parecía que teníamos margen de maniobra. Fuimos por la A-8 a una velocidad moderada hasta la salida 269, un poco antes de Unquera, donde cogeríamos la CA-181 que unos 12 kilómetros más adelante nos dejaba en Rábago. Desde allí otros 7 kilómetros de subida en una carretera muy empinada hasta el parking de El Soplao.
Hora: las 10:16. Vimos desde las vallas como nuestro turno se introducía en la cueva.
Fuimos a la taquilla y sacamos las entradas por misericordia de la chica que había tras el mostrador. Eso nos dio la posibilidad de esperar a coger el tren que te adentra los primeros 300 metros de cueva, si en los siguientes grupos había huecos. Pudimos entrar, aunque las chicas por un lado y los chicos por otro.
La cueva de El Soplao fue descubierta a principios del siglo XX, con motivo de la explotación minera de La Florida y está considerada una de las grandes maravillas de la geología. Recibe este nombre porque es así como se bautiza a las grandes cavidades que se encuentras durante la excavación de una mina y que producen una fuerte corriente de aire.
Hicimos la visita corta, la turística. Comienza con la entrada a la cueva en una recreación de tren minero, como ya se ha dicho, a través de la galería minera de La Isidra. En el interior se hace una visita guiada de aproximadamente una hora a lo largo de diversas salas acondicionadas para el tránsito pero de una forma relativamente respetuosa con la cavidad. Digo relativamente por el impacto visual y no por daños provocados en los elementos.
Mediante juegos de luces y sonidos se muestran todos las maravillas geológicas que aquí se reunen: estalactitas, estalagmitas, coladas, columnas, excéntricas,... Algunas de ellas muestran una purísimo color blanco y otras están teñidas por los colores ferrosos de los materiales que se extraían de la mina y cuya tonalidad arrastra el agua al ir filtrándose por las rocas.
En nuestro caso, creo que nos tocó una guía un poco sosita, demasiado leída y que parecía llevar el relato aprendido de memoria. Además hay que ir preparado para esas situaciones en las que mucha gente quiere ver lo mismo al mismo tiempo; yo recibí dos empujones mientras avanzábamos por los pasillos de gente (de edad muy adulta ya) para pasar delante a toda costa.
La visita está muy bien y se pueden observar estampas que quedan en la retina por mucho tiempo. Y además se puede completar con otra visita, la de turismo-aventura, en la que se baja una par de niveles más abajo recorriendo durante dos horas y media otras galerías pero en estado natural. Para esta actividad se suministran trajes, botas, casco y linternas, que serán la única luz existente en el interior.
Nosotros no encontramos hueco los días en que estuvimos haciendo reservas, así que tendremos que volver para terminar la visita.
Nuestro siguiente destino sería San Vicente de la Barquera, obsesión evidente de una de las integrantes del grupo (con ella serán ya dos los que me miren mal), aunque era un lugar que todos teníamos interés en conocer .
Día 2: Cuevas de El Soplao (Rábago) - San Vicente de la Barquera
Distancia: 28 km // Tiempo: 40 min // Consumo: 3 L
Combustible: 2,79 € // Peajes: 0,00 € // Total: 2,79 €
Desandamos nuestros pasos por la revirada carretera de bajada a Rábago y continuamos hasta llegar a la N-634 que conduce directamente a San Vicente. Avanzando por ella, cruzamos sin respirar los dos puentes del pueblo, aunque solo sea el de La Maza el que ostenta el poder de hacer que quien lo cruza de esta manera se case pronto.
Ya que lo habíamos cruzado, bajamos de la furgo a sacar unas panorámicas de San Vicente desde el barrio de la Playa.
Volvimos hacia el núcleo urbano para aparcar y comenzar a callejear, pero como estaba todo lleno de gente nos costó un rato. Pudimos hacerlo acercándonos a la parte alta del pueblo, que era la que más nos interesaba visitar por aglutinar la mayoría de los lugares de interés de la villa. En el siguiente plano aparece resaltada nuestra zona de actuación.
Nos encaminamos en primer lugar hacia la Torre del Preboste, que flanquea la Puerta de la Barrera, también conocida como Puerta de Santander. En este torreón se acomodó el preboste durante la Edad Media para la recaudación de impuestos de la zona; posteriormente se convertiría en cárcel de la villa.
Unos metros más arriba encontramos el actual Ayuntamiento, conocido como Palacio de la familia Corro, creado en el siglo XVI, a órdenes del inquisidor Antonio del Corro para acoger a los enfermos de San Vicente.
Avanzando entre el Hospital de la Concepción y el albergue de peregrinos, subimos hasta la Iglesia de Santa María de los Ángeles que se encontraba cerrada y sólo pudimos ver por fuera. La verdad que no me gustó mucho, está mal conservada y desde el siglo XIII en que comenzó su construcción quizá debería recibir un mantenimiento, aún a costa de perder originalidad. En su interior se conserva (aunque no pudimos verlo) el sepulcro del inquisidor Corro, que es considerada una de las obras funerarias más bellas del país.
Desde el enclave en el que se hiergue la iglesia pudimos contemplar algunas de las mejores y más típicas vistas de la villa, asomados a las murallas que dan a la Marisma de Pombo.
Volvimos sobre nuestros pasos por la Calle Alta y, al pasar por el Castillo, decidimos hacerle una visita por la tarde en cuanto abrieran. Por el momento seguiríamos bajando en dirección al Puente de la Barquera. Desde allí, nos dirigimos a la Avenida del Generalísimo donde se encuentran algunos de los mejores restaurantes de San Vicente y que fuimos ojeando uno a uno en ambas aceras para encontrar el que más nos apetecía.
Pasear por esta calle es muy bonito, con sus grandes portaladas y las mesas puestas en las terrazas en pleno Diciembre, con el marisco y la carne en las cámaras a la vista de todos para que sepas lo que se te viene encima.
El lugar que más nos llamó la atención fue el restaurante Costa Mar, en el nº 27 de la calle. Estaba con todas las mesas ocupadas y nos ofrecían comer en la terraza, cosa que declinamos porque, pese a no hacer un frío espantoso, tampoco era lo más agradable y nos obligaría a estar con el abrigo puesto casi con absoluta certeza. Decidimos esperar a que se vaciara alguna mesa mientras nos tomábamos una tablita de jamón ibérico y unos albariños, mientras íbamos pensando en qué queríamos comer.
Pasaré por alto la siguiente media hora apuntando simplemente que se dedicó, prácticamente en su totalidad, a ver lo que querían unos y que debían de pedirse otros... horrible, porque en un restaurante las mujeres quieren comer todos los platos, con lo que uno no puede pedir lo que le apetece sino lo que le apetece al grupo. Es demasiado complicado para los hombres.
Poco antes de ir a la mesa comunicamos a la camarera que queríamos arroz con bogavante, caldereta de marisco y mariscada mixta (que lleva algo de pescado) siendo todo platos para dos personas. Pedimos también una botella de albariño y estuvimos largo rato disfrutando y chuperreteando todo lo que nos caía en las manos. Como todavía me queda meterme con alguna de las niñas, sacaré a colación la adicción más que evidente que alguien tenía con el marisco. La verdad que era para verla coger langostas, partirlas sin necesidad de herramienta alguna, repartir trozos y empezar a sorber los jugos mientras ya tenía en mente otro par de cucharadas de arroz... jajaja, respeto.
Tomamos el postre y el café y hicimos el acopio de todas nuestras fuerzas para vencer el sueño postmeridian y poder acercarnos a visitar el Castillo .
Éste es uno de los mejores ejemplos de edificación defensiva de toda la región. Se construyó en 1210 tras recibir la villa, el fuero otorgado por Alfonso VIII. En la actualidad se usa para eventos diversos o como sala de exposiciones, tal fue nuestro caso.
Se trataba de una exposición permanente sobre la historia y la naturaleza en San Vicente de la Barquera, en la que se pueden observar piezas y documentos históricos, dioramas de épocas anteriores y simulaciones fotográficas del entorno natural tal y como se encontraba hace siglos.
En cuanto nos abrió el paso nos colamos al interior a comer rápidamente los bollitos de pan con mantequilla y mermelada y los sobaos acompañados de un caliente café casero y volvimos a los cuartos para terminar de asearnos y poder salir escopeteados. Seguro que alguien me mira mal si digo que a unos nos costó menos que a otros.
Nos habían pintado las cosas mejor de lo que esperábamos y mejor de lo que realmente fueron. Nuestra información decía que el viaje sería cosa de media hora y, como salíamos a eso de las 9:20 pasadas parecía que teníamos margen de maniobra. Fuimos por la A-8 a una velocidad moderada hasta la salida 269, un poco antes de Unquera, donde cogeríamos la CA-181 que unos 12 kilómetros más adelante nos dejaba en Rábago. Desde allí otros 7 kilómetros de subida en una carretera muy empinada hasta el parking de El Soplao.
Hora: las 10:16. Vimos desde las vallas como nuestro turno se introducía en la cueva.
Fuimos a la taquilla y sacamos las entradas por misericordia de la chica que había tras el mostrador. Eso nos dio la posibilidad de esperar a coger el tren que te adentra los primeros 300 metros de cueva, si en los siguientes grupos había huecos. Pudimos entrar, aunque las chicas por un lado y los chicos por otro.
La cueva de El Soplao fue descubierta a principios del siglo XX, con motivo de la explotación minera de La Florida y está considerada una de las grandes maravillas de la geología. Recibe este nombre porque es así como se bautiza a las grandes cavidades que se encuentras durante la excavación de una mina y que producen una fuerte corriente de aire.
Hicimos la visita corta, la turística. Comienza con la entrada a la cueva en una recreación de tren minero, como ya se ha dicho, a través de la galería minera de La Isidra. En el interior se hace una visita guiada de aproximadamente una hora a lo largo de diversas salas acondicionadas para el tránsito pero de una forma relativamente respetuosa con la cavidad. Digo relativamente por el impacto visual y no por daños provocados en los elementos.
Mediante juegos de luces y sonidos se muestran todos las maravillas geológicas que aquí se reunen: estalactitas, estalagmitas, coladas, columnas, excéntricas,... Algunas de ellas muestran una purísimo color blanco y otras están teñidas por los colores ferrosos de los materiales que se extraían de la mina y cuya tonalidad arrastra el agua al ir filtrándose por las rocas.
En nuestro caso, creo que nos tocó una guía un poco sosita, demasiado leída y que parecía llevar el relato aprendido de memoria. Además hay que ir preparado para esas situaciones en las que mucha gente quiere ver lo mismo al mismo tiempo; yo recibí dos empujones mientras avanzábamos por los pasillos de gente (de edad muy adulta ya) para pasar delante a toda costa.
La visita está muy bien y se pueden observar estampas que quedan en la retina por mucho tiempo. Y además se puede completar con otra visita, la de turismo-aventura, en la que se baja una par de niveles más abajo recorriendo durante dos horas y media otras galerías pero en estado natural. Para esta actividad se suministran trajes, botas, casco y linternas, que serán la única luz existente en el interior.
Nosotros no encontramos hueco los días en que estuvimos haciendo reservas, así que tendremos que volver para terminar la visita.
Nuestro siguiente destino sería San Vicente de la Barquera, obsesión evidente de una de las integrantes del grupo (con ella serán ya dos los que me miren mal), aunque era un lugar que todos teníamos interés en conocer .
Día 2: Cuevas de El Soplao (Rábago) - San Vicente de la Barquera
Distancia: 28 km // Tiempo: 40 min // Consumo: 3 L
Combustible: 2,79 € // Peajes: 0,00 € // Total: 2,79 €
Desandamos nuestros pasos por la revirada carretera de bajada a Rábago y continuamos hasta llegar a la N-634 que conduce directamente a San Vicente. Avanzando por ella, cruzamos sin respirar los dos puentes del pueblo, aunque solo sea el de La Maza el que ostenta el poder de hacer que quien lo cruza de esta manera se case pronto.
Ya que lo habíamos cruzado, bajamos de la furgo a sacar unas panorámicas de San Vicente desde el barrio de la Playa.
Volvimos hacia el núcleo urbano para aparcar y comenzar a callejear, pero como estaba todo lleno de gente nos costó un rato. Pudimos hacerlo acercándonos a la parte alta del pueblo, que era la que más nos interesaba visitar por aglutinar la mayoría de los lugares de interés de la villa. En el siguiente plano aparece resaltada nuestra zona de actuación.
Nos encaminamos en primer lugar hacia la Torre del Preboste, que flanquea la Puerta de la Barrera, también conocida como Puerta de Santander. En este torreón se acomodó el preboste durante la Edad Media para la recaudación de impuestos de la zona; posteriormente se convertiría en cárcel de la villa.
Unos metros más arriba encontramos el actual Ayuntamiento, conocido como Palacio de la familia Corro, creado en el siglo XVI, a órdenes del inquisidor Antonio del Corro para acoger a los enfermos de San Vicente.
Avanzando entre el Hospital de la Concepción y el albergue de peregrinos, subimos hasta la Iglesia de Santa María de los Ángeles que se encontraba cerrada y sólo pudimos ver por fuera. La verdad que no me gustó mucho, está mal conservada y desde el siglo XIII en que comenzó su construcción quizá debería recibir un mantenimiento, aún a costa de perder originalidad. En su interior se conserva (aunque no pudimos verlo) el sepulcro del inquisidor Corro, que es considerada una de las obras funerarias más bellas del país.
Desde el enclave en el que se hiergue la iglesia pudimos contemplar algunas de las mejores y más típicas vistas de la villa, asomados a las murallas que dan a la Marisma de Pombo.
Volvimos sobre nuestros pasos por la Calle Alta y, al pasar por el Castillo, decidimos hacerle una visita por la tarde en cuanto abrieran. Por el momento seguiríamos bajando en dirección al Puente de la Barquera. Desde allí, nos dirigimos a la Avenida del Generalísimo donde se encuentran algunos de los mejores restaurantes de San Vicente y que fuimos ojeando uno a uno en ambas aceras para encontrar el que más nos apetecía.
Pasear por esta calle es muy bonito, con sus grandes portaladas y las mesas puestas en las terrazas en pleno Diciembre, con el marisco y la carne en las cámaras a la vista de todos para que sepas lo que se te viene encima.
El lugar que más nos llamó la atención fue el restaurante Costa Mar, en el nº 27 de la calle. Estaba con todas las mesas ocupadas y nos ofrecían comer en la terraza, cosa que declinamos porque, pese a no hacer un frío espantoso, tampoco era lo más agradable y nos obligaría a estar con el abrigo puesto casi con absoluta certeza. Decidimos esperar a que se vaciara alguna mesa mientras nos tomábamos una tablita de jamón ibérico y unos albariños, mientras íbamos pensando en qué queríamos comer.
Pasaré por alto la siguiente media hora apuntando simplemente que se dedicó, prácticamente en su totalidad, a ver lo que querían unos y que debían de pedirse otros... horrible, porque en un restaurante las mujeres quieren comer todos los platos, con lo que uno no puede pedir lo que le apetece sino lo que le apetece al grupo. Es demasiado complicado para los hombres.
Poco antes de ir a la mesa comunicamos a la camarera que queríamos arroz con bogavante, caldereta de marisco y mariscada mixta (que lleva algo de pescado) siendo todo platos para dos personas. Pedimos también una botella de albariño y estuvimos largo rato disfrutando y chuperreteando todo lo que nos caía en las manos. Como todavía me queda meterme con alguna de las niñas, sacaré a colación la adicción más que evidente que alguien tenía con el marisco. La verdad que era para verla coger langostas, partirlas sin necesidad de herramienta alguna, repartir trozos y empezar a sorber los jugos mientras ya tenía en mente otro par de cucharadas de arroz... jajaja, respeto.
Tomamos el postre y el café y hicimos el acopio de todas nuestras fuerzas para vencer el sueño postmeridian y poder acercarnos a visitar el Castillo .
Éste es uno de los mejores ejemplos de edificación defensiva de toda la región. Se construyó en 1210 tras recibir la villa, el fuero otorgado por Alfonso VIII. En la actualidad se usa para eventos diversos o como sala de exposiciones, tal fue nuestro caso.
Se trataba de una exposición permanente sobre la historia y la naturaleza en San Vicente de la Barquera, en la que se pueden observar piezas y documentos históricos, dioramas de épocas anteriores y simulaciones fotográficas del entorno natural tal y como se encontraba hace siglos.
Desde lo alto pudimos hacer unas fotografías de cómo la niebla se iba apoderando de toda la bahía
y decidimos emprender el camino hacia nuestro siguiente destino, recomendación de Antonio: Bárcena Mayor.
Día 2: San Vicente de la Barquera - Bárcena Mayor
y decidimos emprender el camino hacia nuestro siguiente destino, recomendación de Antonio: Bárcena Mayor.
Día 2: San Vicente de la Barquera - Bárcena Mayor
Distancia: 50 km // Tiempo: 45 min // Consumo: 5 L
Combustible: 4,65 € // Peajes: 0,00 € // Total: 4,65 €
Circulamos primero por la N-634 hasta Cabezón de la Sal y desde allí por la CA-180 para introducirnos en la reserva natural del Saja, llegando hasta el único núcleo de población que existe allí. Recibe tantas visitas que el parking que hay antes de llegar al pueblo es casi más grande que éste. Una autocaravana estaba ya preparándose para la cena antes de hacer noche allí.
De Bárcena Mayor se dice que es el pueblo más antiguo de Cantabria y posiblemente de España y fue declarado conjunto histórico-artístico en 1979 por su magnífico estado de conservación, producto de la renovación que se le dio al pueblo durante el gobierno de Ormaechea.
Casi la totalidad de sus edificaciones de piedra ha sido restaurada, eso sí, conservando el espíritu de las construcciones montañesas, y todas las calles están empedradas, animando a todos sus habitantes a pasear por ellas.
Se ven numerosos puestos de artesanía en los bajos de las casas y levantar la cabeza hacia las balconadas de las mismas es un auténtico deleite para la vista. También es famosa su gastronomía en la que destaca el cocido montañés y la carne de caza, que nosotros no probamos porque ya llevábamos buen empacho desde la comida.
Deambulamos por muchas de las calles del pueblo mirando a todos lados y maravillándonos con cada rincón: fachadas impresionantes, un gato y un perro jugando a pillar en un balcón, esquinas donde la luz nos invitaba a tomar una foto tras otra,... Era uno de esos casos en los que visitar un lugar de noche tiene tanto o más encanto que hacerlo de día.
Un poco por el cansancio y un poco por el fresco, entramos en un bar a tomar una café y coger lotería de Navidad antes de emprender el camino de vuelta y ya con todas las compras gastronómicas hechas: chocolates, embutido de caza, patés, sobaos pasiegos,... un poco de todo para repartir con la familia a la vuelta del fin de semana.
De vuelta a la furgo recorrimos los últimos lugares que nos faltaban por ver en el pueblo y nos hicimos las últimas fotos mientras nos planteábamos las ganas de cenar que pudiéramos tener cuando volviésemos a casa.
Día 2: Bárcena Mayor - Viveda
Combustible: 4,65 € // Peajes: 0,00 € // Total: 4,65 €
Circulamos primero por la N-634 hasta Cabezón de la Sal y desde allí por la CA-180 para introducirnos en la reserva natural del Saja, llegando hasta el único núcleo de población que existe allí. Recibe tantas visitas que el parking que hay antes de llegar al pueblo es casi más grande que éste. Una autocaravana estaba ya preparándose para la cena antes de hacer noche allí.
De Bárcena Mayor se dice que es el pueblo más antiguo de Cantabria y posiblemente de España y fue declarado conjunto histórico-artístico en 1979 por su magnífico estado de conservación, producto de la renovación que se le dio al pueblo durante el gobierno de Ormaechea.
Casi la totalidad de sus edificaciones de piedra ha sido restaurada, eso sí, conservando el espíritu de las construcciones montañesas, y todas las calles están empedradas, animando a todos sus habitantes a pasear por ellas.
Se ven numerosos puestos de artesanía en los bajos de las casas y levantar la cabeza hacia las balconadas de las mismas es un auténtico deleite para la vista. También es famosa su gastronomía en la que destaca el cocido montañés y la carne de caza, que nosotros no probamos porque ya llevábamos buen empacho desde la comida.
Deambulamos por muchas de las calles del pueblo mirando a todos lados y maravillándonos con cada rincón: fachadas impresionantes, un gato y un perro jugando a pillar en un balcón, esquinas donde la luz nos invitaba a tomar una foto tras otra,... Era uno de esos casos en los que visitar un lugar de noche tiene tanto o más encanto que hacerlo de día.
Un poco por el cansancio y un poco por el fresco, entramos en un bar a tomar una café y coger lotería de Navidad antes de emprender el camino de vuelta y ya con todas las compras gastronómicas hechas: chocolates, embutido de caza, patés, sobaos pasiegos,... un poco de todo para repartir con la familia a la vuelta del fin de semana.
De vuelta a la furgo recorrimos los últimos lugares que nos faltaban por ver en el pueblo y nos hicimos las últimas fotos mientras nos planteábamos las ganas de cenar que pudiéramos tener cuando volviésemos a casa.
Día 2: Bárcena Mayor - Viveda
Distancia: 53 km // Tiempo: 50 min // Consumo: 5 L
Combustible: 4,65 € // Peajes: 0,00 € // Total: 4,65 €
Era tarde cuando pasábamos por Santillana del Mar y entramos en uno de los restaurantes que están junto a la carretera nacional un poco antes de que empezaran a tener ganas de cerrar. Cenamos a base de hamburguesas, ensaladas o platos combinados que nos saciaron el apetito con buen gusto y sin gran dolor para el bolsillo. Rondaría los 10€ por cabeza llenar el buche esa noche.
Combustible: 4,65 € // Peajes: 0,00 € // Total: 4,65 €
Era tarde cuando pasábamos por Santillana del Mar y entramos en uno de los restaurantes que están junto a la carretera nacional un poco antes de que empezaran a tener ganas de cerrar. Cenamos a base de hamburguesas, ensaladas o platos combinados que nos saciaron el apetito con buen gusto y sin gran dolor para el bolsillo. Rondaría los 10€ por cabeza llenar el buche esa noche.
Sabíamos que el día siguiente lo dedicaríamos a visitar el pueblo, pero quisimos dar una pequeña vuelta esa noche un poco con la idea de bajar la comida antes de irnos a la cama. El paseo no duró más de 20 minutos pero cumplió el doble objetivo: asentar los alimentos en el estomago y adelantarnos el trailer de los que nos esperaba el día siguiente.