Con el hambre saciada, según contamos en el primer capítulo, nos dirigimos al punto de encuentro con nuestro guía de Soriaventura. Ésta es la empresa con la que contratamos la visita a la cueva Galiana. Situada en el extremo meridional del Parque Natural del río Lobos, aparece cerrada al público con una verja para evitar los accidentes que se producían antes de su cierre. No presenta dificultades que la hagan exclusiva para expertos pero la longitud de la cueva y facilidad en confundirse en el itinerario de vuelta, suman una peligrosidad que no la hacen apta para gente que no la conozca.
Esperamos unos minutos a que viniera Rubén, nuestro guía, en el aparcamiento de la Casa del Parque Ucero y, cuando llegó, nos acercamos hasta el apartadero que hay junto a la entrada a la cueva donde dejamos la furgo.
Como Eva ya había hecho esta cueva anteriormente en su versión más relajada, en esta ocasión contratamos la llamada Ruta Aventura, de mayor duración y vistas más exclusivas. Para poder entrar con mayor comodidad y, sobre todo, seguridad nos prestaron un buzo, un casco y una linterna frontal para cada uno. Este debe ser uno de los momentos de mayor algarabía cada vez que un guía tiene una salida: el de vestirse; todos riéndose de lo ridículos que estamos y haciendo poses y bailecitos.
La aproximación hasta la entrada es prácticamente inexistente ya que se encuentra a escasos 100 metros del lugar en el que se dejan los vehículos. Aparece ante nosotros, al llegar, una gran oquedad franqueada por una verja de metal y una puerta cerrada con candado, que Rubén abre dejándonos pasar.
Una vez pasada la entrada pero sin llegar a internarnos nos pone en situación y nos da algunos consejos básicos para espeleología, lo que siempre hay que tener en cuenta incluso en simas como la que nos ocupa en la que no vamos a tener que hacer uso de ninguna técnica especial. Normas como el hacer eco o pisar el valle, que hacen a los que realizan la actividad sentirse más espeleólogos si cabe.
La ruta en sí, de unos 3 kilómetros de largo, no tiene pasos complicados ni precisa de ningún conocimiento previo, pero te da la posibilidad de hacer algo fuera del recorrido más comercial que tienen otros lugares como las cuevas del Soplao. Si bien no se pueden comparar en cuanto a belleza de formaciones, las encontradas en esta ocasión también nos dejaron impresionados. De las cuevas del Soplao ya hablamos en otra ocasión en JonyMao Travel.
Uno de las primeras salas que encontraremos será la del Dormitorio, llamada así porque fue usada como refugio por los moradores de la zona hace cientos de años. Lo que más llama la atención son los grandes bloques de piedra. Ya aquí la emoción era más que patente en los rostros de la gente.
Avanzamos hacia la sala del Lago, donde empiezan a hacer aparición las estalactitas y estalagmitas. Lamentablemente en este punto tan exterior la mayoría aparece dañada o completamente arrancada por la mano del hombre, que busca un recuerdo que acabará engordando la bolsa de basura un día de limpieza en casa. La más importante de las normas tanto al entrar en cuevas como al disfrutar del entorno natural es dejar la menor huella posible de nuestro paso.
Seguimos internándonos maravillados por las formaciones que encontramos a cada paso y deslumbrados por el reflejo que hacen nuestros focos al incidir contra el agua que se filtra por casi la totalidad de los techo en esta zona. Pequeñas gotas de agua que empiezan a solidificarse por los materiales que arrastran en su paso entre las rocas y que rebotan la luz en múltiples direcciones.
En este tramo de la cueva pudimos ver un murciélago que se encontraba en un periodo de reparador sueño. Aunque Rubén nos dijo que se trataba de un ejemplar pequeño, la impresión que daba al verlo hecho un ovillo era la de todo un vampiro.
Con ilusión y ganas de avanzar, pero siempre con cuidado, llegamos a la sala de los Gours.
Los gours son, hablando en plata, charcos. Se forman en paredes inclinadas por donde corre una lámina de agua. La caliza se va precipitando en la pared del charco haciendo éste cada vez más grande y dando lugar a acumulaciones del agua de forma escalonada. Si lo miramos de cerca se aprecian unas pequeñísimas espeleotemas en el borde de las paredes que se asemejan a estalactitas a tamaño muy reducido.
Continuamos, siempre con los ojos bien abiertos para no perdernos ningún detalle, en busca de uno de los elementos más bonitos y reconocidos de la cueva: una columna que tiene el nombre de la Corona. Para llegar a ella tuvimos que ascender por una pared inclinada con la superficie muy resbaladiza que cuenta con una cuerda para ayudarnos en el ascenso. Es un paso fácil pero que te hace sentir un poco más la aventura al ser preciso emplear las manos para avanzar.
La mencionada Corona es una columna muy ancha repleta de estalactitas y banderolas. La simple visión del conjunto formado por todos los elementos ahí reunidos te deja momentáneamente desconcertado tratando de interpretar todo lo que ves. Supongo que por no haber previsto la situación, no saqué fotos del punto fuerte de la cueva de manera que se viese al completo, pero sí que retraté una parte bastante espectacular.
La parada en este punto duró un par de minutos para poder captar todo lo que ofrece a pesar de lo reducido del espacio en el que hay que detenerse. Continuamos hacia adelante, que para ser sinceros deberíamos expresar como hacia abajo, ya que el siguiente paso invitaba a poner en práctica otra técnica básica de la espeleología: el culing o la técnica de echar el culo al suelo para salvar pasos con cierta dificultad.
Nuestro adentramiento no podría llegar mucho más lejos porque un poco antes de llegar a la sala del Bosque, que resulta ser otro gran atractivo de la sima con sus techos de más de 15 metros de altura, confirmamos la sospecha de que sería imposible completar la visita. Las lluvias caídas durante toda la semana anterior, habían elevado el nivel de agua en el interior de la cueva y complicaba seguir avanzando con ciertas garantías.
Así las cosas, Rubén nos invitó a sentarnos y a realizar una actividad muy curiosa: durante un minuto permanecimos con las luces apagadas y en absoluto silencio. La sensación de soledad es inigualable. Crees ver cosas que en realidad son producto de tu cerebro que quiere verlas. Unos momentos relajadores pero inquietantes a la vez, al invitarte a pensar en la situación que se plantearía si nos quedásemos allí atrapados. Y precisamente de eso trataba la historia que Rubén nos contó después... y que os invito a escuchar de él en directo, haciéndole una visita.
Con las ganas de seguir viendo cosas todavía sin mermar, emprendimos la ruta de vuelta, haciendo unas pequeñas variaciones para tener diferentes perspectivas de los puntos que ya habíamos pasado. En el itinerario de salida fuimos totalmente conscientes de lo fácil que resultaría perderse de no contar en nuestras filas con un buen conocedor de la cueva. Son muchas las aberturas que parecen conducir hacia la salida y que, sin embargo, llevan hacia el interior por caminos que no conocíamos.
Para nuestro deleite poco antes de llegar a la salida nos desviamos hacia una nueva sala a la que se accede únicamente haciendo un destrepe que en ese momento no se encontraba equipado, o bien, a través de unas gateras que, en los puntos más bajos, no contaban con más de 60 centímetros de altura.
Uno tras otro fuimos arrastrando el culo y la tripa por la roca, hecho éste que hizo las delicias de todos nosotros. Debo reconocer que pensé que con un espacio más reducido en altura y haciendo tramos de mayor longitud la situación debía de ser algo claustrofóbica, pero las condiciones del paso que nos ocupa son perfectas para sufrir un poco para pasar pero obtener una recompensa de satisfacción mucho mayor.
Después de gatear de ida y de vuelta nos encaminamos definitivamente hacia la salida. Llevábamos cerca de 2 horas en la cueva pero se nos hacía muchísimo menos, seguíamos con ganas de rocas y oscuridad. Como compensación por no haber podido completar la ruta larga que teníamos contratada, y en vista de nuestro ansia por seguir bajo tierra, Rubén nos guió en la cueva vecina que no recuerdo como se llama.
Se accede a la misma también con el cuerpo al suelo y se continúa del mismo modo pudiendo ir recuperando la verticalidad poco a poco en los primeros metros de la cueva. Nuevamente la necesidad de arrastrarse causaron el regocijo de los que entramos despertando el recuerdo de la infancia y su irresponsabilidad.
En realidad no llegamos mucho más allá del punto en el que pudimos ponernos completamente de pie. Esto sucede frente a una poza que en ese momento no estaba equipada para poder franquearla y que viene a ser el sumidero para el nacimiento del río Ucero. El paso se puede hacer mediante unas cuerdas que se colocan para que hagan de pasamanos por un lateral de la poza, o con una que se tiende cruzándola de lado a lado y que se emplea a modo de tirolina.
Estuvimos un rato disfrutando de las vistas, no unas vistas amplias y luminosas sino todos lo contrario. Estábamos en una sala cuasi-circular de no más de 15 metros de diámetro y con la única luz de nuestros focos pero que te atrapaba con la misma fuerza que desde lo alto del pico más elevado en el que hayamos estado. La misma magia representada con otras formas.
Salimos ya hacia la despedida de nuestro contacto breve pero intenso con la espeleología y también de Rubén, con el que charlamos un rato antes de emprender el camino hacia casa.
Desandamos lo andado aún con la sonrisa en los labios, recordando una y otra vez distintos momentos de los que acabábamos de vivir e imaginando los que nos quedaban por tener, planeando multitud de actividades parecidas en un futuro próximo.
Ya en Aldealseñor, mientras unos no eran capaces de hacer fuego en la chimenea de casa (para sustituir la calefacción averiada) otros tampoco lo conseguían en la del vecino donde pensábamos cocinar la cena. Al mismo tiempo íbamos pasando de uno en uno a la casa del vecino de María a ducharnos con agua caliente. Es lo bueno de los pueblos pequeños, que puedes hacer lo que te plazca en casa de quien sea con quien tengas algo de confianza, y allá que nos metimos sin preguntar a nadie, ya que el dueño ni siquiera se encontraba allí esos días.
Con mucho humo en la casa tras los infructuosos intentos de hacer fuego, que me llevaron a imaginar mi negro futuro de tener que vivir en un paraje perdido y necesitar de él, cenamos con lo que hicimos en la sartén y nos quedamos un rato reviviendo nuestras experiencias bajo tierra y preparando la siguiente jornada.
Esperamos unos minutos a que viniera Rubén, nuestro guía, en el aparcamiento de la Casa del Parque Ucero y, cuando llegó, nos acercamos hasta el apartadero que hay junto a la entrada a la cueva donde dejamos la furgo.
Como Eva ya había hecho esta cueva anteriormente en su versión más relajada, en esta ocasión contratamos la llamada Ruta Aventura, de mayor duración y vistas más exclusivas. Para poder entrar con mayor comodidad y, sobre todo, seguridad nos prestaron un buzo, un casco y una linterna frontal para cada uno. Este debe ser uno de los momentos de mayor algarabía cada vez que un guía tiene una salida: el de vestirse; todos riéndose de lo ridículos que estamos y haciendo poses y bailecitos.
La aproximación hasta la entrada es prácticamente inexistente ya que se encuentra a escasos 100 metros del lugar en el que se dejan los vehículos. Aparece ante nosotros, al llegar, una gran oquedad franqueada por una verja de metal y una puerta cerrada con candado, que Rubén abre dejándonos pasar.
Una vez pasada la entrada pero sin llegar a internarnos nos pone en situación y nos da algunos consejos básicos para espeleología, lo que siempre hay que tener en cuenta incluso en simas como la que nos ocupa en la que no vamos a tener que hacer uso de ninguna técnica especial. Normas como el hacer eco o pisar el valle, que hacen a los que realizan la actividad sentirse más espeleólogos si cabe.
La ruta en sí, de unos 3 kilómetros de largo, no tiene pasos complicados ni precisa de ningún conocimiento previo, pero te da la posibilidad de hacer algo fuera del recorrido más comercial que tienen otros lugares como las cuevas del Soplao. Si bien no se pueden comparar en cuanto a belleza de formaciones, las encontradas en esta ocasión también nos dejaron impresionados. De las cuevas del Soplao ya hablamos en otra ocasión en JonyMao Travel.
Uno de las primeras salas que encontraremos será la del Dormitorio, llamada así porque fue usada como refugio por los moradores de la zona hace cientos de años. Lo que más llama la atención son los grandes bloques de piedra. Ya aquí la emoción era más que patente en los rostros de la gente.
Avanzamos hacia la sala del Lago, donde empiezan a hacer aparición las estalactitas y estalagmitas. Lamentablemente en este punto tan exterior la mayoría aparece dañada o completamente arrancada por la mano del hombre, que busca un recuerdo que acabará engordando la bolsa de basura un día de limpieza en casa. La más importante de las normas tanto al entrar en cuevas como al disfrutar del entorno natural es dejar la menor huella posible de nuestro paso.
Seguimos internándonos maravillados por las formaciones que encontramos a cada paso y deslumbrados por el reflejo que hacen nuestros focos al incidir contra el agua que se filtra por casi la totalidad de los techo en esta zona. Pequeñas gotas de agua que empiezan a solidificarse por los materiales que arrastran en su paso entre las rocas y que rebotan la luz en múltiples direcciones.
En este tramo de la cueva pudimos ver un murciélago que se encontraba en un periodo de reparador sueño. Aunque Rubén nos dijo que se trataba de un ejemplar pequeño, la impresión que daba al verlo hecho un ovillo era la de todo un vampiro.
Con ilusión y ganas de avanzar, pero siempre con cuidado, llegamos a la sala de los Gours.
Los gours son, hablando en plata, charcos. Se forman en paredes inclinadas por donde corre una lámina de agua. La caliza se va precipitando en la pared del charco haciendo éste cada vez más grande y dando lugar a acumulaciones del agua de forma escalonada. Si lo miramos de cerca se aprecian unas pequeñísimas espeleotemas en el borde de las paredes que se asemejan a estalactitas a tamaño muy reducido.
Continuamos, siempre con los ojos bien abiertos para no perdernos ningún detalle, en busca de uno de los elementos más bonitos y reconocidos de la cueva: una columna que tiene el nombre de la Corona. Para llegar a ella tuvimos que ascender por una pared inclinada con la superficie muy resbaladiza que cuenta con una cuerda para ayudarnos en el ascenso. Es un paso fácil pero que te hace sentir un poco más la aventura al ser preciso emplear las manos para avanzar.
La mencionada Corona es una columna muy ancha repleta de estalactitas y banderolas. La simple visión del conjunto formado por todos los elementos ahí reunidos te deja momentáneamente desconcertado tratando de interpretar todo lo que ves. Supongo que por no haber previsto la situación, no saqué fotos del punto fuerte de la cueva de manera que se viese al completo, pero sí que retraté una parte bastante espectacular.
La parada en este punto duró un par de minutos para poder captar todo lo que ofrece a pesar de lo reducido del espacio en el que hay que detenerse. Continuamos hacia adelante, que para ser sinceros deberíamos expresar como hacia abajo, ya que el siguiente paso invitaba a poner en práctica otra técnica básica de la espeleología: el culing o la técnica de echar el culo al suelo para salvar pasos con cierta dificultad.
Nuestro adentramiento no podría llegar mucho más lejos porque un poco antes de llegar a la sala del Bosque, que resulta ser otro gran atractivo de la sima con sus techos de más de 15 metros de altura, confirmamos la sospecha de que sería imposible completar la visita. Las lluvias caídas durante toda la semana anterior, habían elevado el nivel de agua en el interior de la cueva y complicaba seguir avanzando con ciertas garantías.
Así las cosas, Rubén nos invitó a sentarnos y a realizar una actividad muy curiosa: durante un minuto permanecimos con las luces apagadas y en absoluto silencio. La sensación de soledad es inigualable. Crees ver cosas que en realidad son producto de tu cerebro que quiere verlas. Unos momentos relajadores pero inquietantes a la vez, al invitarte a pensar en la situación que se plantearía si nos quedásemos allí atrapados. Y precisamente de eso trataba la historia que Rubén nos contó después... y que os invito a escuchar de él en directo, haciéndole una visita.
Con las ganas de seguir viendo cosas todavía sin mermar, emprendimos la ruta de vuelta, haciendo unas pequeñas variaciones para tener diferentes perspectivas de los puntos que ya habíamos pasado. En el itinerario de salida fuimos totalmente conscientes de lo fácil que resultaría perderse de no contar en nuestras filas con un buen conocedor de la cueva. Son muchas las aberturas que parecen conducir hacia la salida y que, sin embargo, llevan hacia el interior por caminos que no conocíamos.
Para nuestro deleite poco antes de llegar a la salida nos desviamos hacia una nueva sala a la que se accede únicamente haciendo un destrepe que en ese momento no se encontraba equipado, o bien, a través de unas gateras que, en los puntos más bajos, no contaban con más de 60 centímetros de altura.
Uno tras otro fuimos arrastrando el culo y la tripa por la roca, hecho éste que hizo las delicias de todos nosotros. Debo reconocer que pensé que con un espacio más reducido en altura y haciendo tramos de mayor longitud la situación debía de ser algo claustrofóbica, pero las condiciones del paso que nos ocupa son perfectas para sufrir un poco para pasar pero obtener una recompensa de satisfacción mucho mayor.
Después de gatear de ida y de vuelta nos encaminamos definitivamente hacia la salida. Llevábamos cerca de 2 horas en la cueva pero se nos hacía muchísimo menos, seguíamos con ganas de rocas y oscuridad. Como compensación por no haber podido completar la ruta larga que teníamos contratada, y en vista de nuestro ansia por seguir bajo tierra, Rubén nos guió en la cueva vecina que no recuerdo como se llama.
Se accede a la misma también con el cuerpo al suelo y se continúa del mismo modo pudiendo ir recuperando la verticalidad poco a poco en los primeros metros de la cueva. Nuevamente la necesidad de arrastrarse causaron el regocijo de los que entramos despertando el recuerdo de la infancia y su irresponsabilidad.
En realidad no llegamos mucho más allá del punto en el que pudimos ponernos completamente de pie. Esto sucede frente a una poza que en ese momento no estaba equipada para poder franquearla y que viene a ser el sumidero para el nacimiento del río Ucero. El paso se puede hacer mediante unas cuerdas que se colocan para que hagan de pasamanos por un lateral de la poza, o con una que se tiende cruzándola de lado a lado y que se emplea a modo de tirolina.
Estuvimos un rato disfrutando de las vistas, no unas vistas amplias y luminosas sino todos lo contrario. Estábamos en una sala cuasi-circular de no más de 15 metros de diámetro y con la única luz de nuestros focos pero que te atrapaba con la misma fuerza que desde lo alto del pico más elevado en el que hayamos estado. La misma magia representada con otras formas.
Salimos ya hacia la despedida de nuestro contacto breve pero intenso con la espeleología y también de Rubén, con el que charlamos un rato antes de emprender el camino hacia casa.
Desandamos lo andado aún con la sonrisa en los labios, recordando una y otra vez distintos momentos de los que acabábamos de vivir e imaginando los que nos quedaban por tener, planeando multitud de actividades parecidas en un futuro próximo.
Ya en Aldealseñor, mientras unos no eran capaces de hacer fuego en la chimenea de casa (para sustituir la calefacción averiada) otros tampoco lo conseguían en la del vecino donde pensábamos cocinar la cena. Al mismo tiempo íbamos pasando de uno en uno a la casa del vecino de María a ducharnos con agua caliente. Es lo bueno de los pueblos pequeños, que puedes hacer lo que te plazca en casa de quien sea con quien tengas algo de confianza, y allá que nos metimos sin preguntar a nadie, ya que el dueño ni siquiera se encontraba allí esos días.
Con mucho humo en la casa tras los infructuosos intentos de hacer fuego, que me llevaron a imaginar mi negro futuro de tener que vivir en un paraje perdido y necesitar de él, cenamos con lo que hicimos en la sartén y nos quedamos un rato reviviendo nuestras experiencias bajo tierra y preparando la siguiente jornada.