En nuestro tercer día de viaje conseguimos volver a madrugar, algo que se hacía harto improbable conociéndonos. Pero eran muchas las cosas que queríamos ver y hacer en este fin de semana de 4 días y hicimos un esfuerzo por levantarnos pronto. Es bastante tiempo y queríamos sacarle el mayor partido posible... aunque algunos se habían hecho más amigos de las sábanas que otros.
Fuimos desayunando a medida que bajábamos al salón y enseguida nos pusimos a recoger un poco la casa y empezamos a preparar la comida para llevar. Un par de tortillas de patata, unas verduras a la plancha, embutido y fruta para recuperar energías a medida que se fueran perdiendo ya que no teníamos pensado volver a casa hasta la noche.
El primer destino en la agenda era una ruta a pie por el cañón del río Lobos. Emprendimos la marcha en la furgo por el mismo camino que la jornada anterior parando a comprar pan en el pueblo vecino, Cirujales del Río.
Con los ojos puestos permanentemente en el cielo ante la clara amenaza de lluvia, nos acercamos hasta el parque natural y dejamos el vehículo en el aparcamiento de Cueva Fría. Como en todos estos lugares que se convierten en reservas o similares y que los gobiernos competentes se encargan de promocionar, la afluencia de gente es algo con lo que debes contar. Cuando nos poníamos a preparar las cosas para la caminata ya había mucha gente comenzando el itinerario y otra mucha faltaba por llegar.
Es gracioso ver en estos lugares la disparidad existente en la preparación de la gente para ponerse a caminar. Desde los que cuentan con el mejor material para senderismo o trekking hasta los tacones para ellas o zapatos de punta para ellos. Sin querer menospreciar las decisiones de cada cual, creo que hay momentos y momentos para lucir vestuario y ese no es uno de los que invite a ello.
Comenzamos a andar por la carretera por la que habíamos llegado, pero siguiendo hacia adelante del punto en que habíamos estacionado. La mayor parte del recorrido hasta la Ermita de San Bartolomé se trata de un vial asfaltado sin ninguna dificultad ni técnica ni física, aunque también se puede realizar por un camino o sendero que discurre por el otro lado del río Lobos, más próximo a él. Ya se empieza a ver (de hecho desde antes de ponerse a andar) la belleza de la zona consecuencia de su agresiva orografía llena de repisas y oquedades y que sirve de excelente ecosistema para todas las rapaces que lo pueblan. Águilas, halcones, alimoches, azores y búhos entre otros, que encuentran refugio en el erosionado cañón y que son muy frecuentes de ver.
Rápidamente se recorren los poco más de 2 kilómetros entre sabinas, pinos y encinas hasta la citada ermita, levantada frente a la cueva Grande. En la explanada que se abre al llegar al edificio estuvimos un rato intentando obtener una de las imágenes más recurridas en las postales del cañón del río Lobos. Ciertamente la estampa que se podía obtener estudiando un poco el punto desde el que mirar era impresionante.
En el momento de nuestra visita se encontraba en obras y había andamios y redes en la fachada. Parecían labores de rehabilitación de los paramentos de la ermita que se veía un poco ajada por el paso del tiempo en ciertos puntos de su geometría.
Justo detrás de la ermita se abre la cueva Grande a la que se accede cruzando el río en lo que es la continuación de la ruta marcada para recorrer la totalidad del cañón. Aprovechando la cercanía con la corriente de agua un intrépido integrante del grupo rellenó su bidón con agua directamente del río, lo que desencadenó una serie de acontecimientos agresivos que mejor no relatar en este momento. A los que nos pareció buena idea tomamos un refrescante trago y nos acercamos todos a ver la mencionada cueva.
Realmente el sobrenombre grande se debe a la altura de la entrada ya que solo se puede entrar unos metros en su interior. Sin embargo, es un punto muy visitado y otorga unas vistas curiosas de la ermita desde sus entrañas.
Seguimos un poco más hacia adelante con nuestro camino. Teníamos la arrogante intención de llegar hasta el Puente de los siete ojos del que nos separaban unos seis kilómetros y medio. Mientras íbamos avanzando se conversaba sobre la viabilidad de la caminata y enseguida empezaron a hacerse fuertes los detractores de llegar siquiera a intentarlo. Apenas habíamos recorrido 500 metros desde el primer objetivo y ya nos dábamos la vuelta. Eran las dos de la tarde y la gente empezaba a sufrir los estragos del hambre.
No volvimos directamente al aparcamiento sino que ascendimos hasta El balconcillo. Es un agujero en la roca que se presenta como inmejorable mirador natural y se presta para deleite de los más payasos de cualquier grupo.
A la postre, además de la recompensa visual que obtuvimos al subir, resultó una decisión acertada también en lo tocante a la climatología, ya que empezó a llover con intensidad al poquito de llegar al hueco. Aguantamos allí sentados cómodamente por espacio de 15 minutos, en contra de la idea de las mujeres que defendían a capa y espada la opción de bajar de allí rápido y volver corriendo (o andando) a la furgo. No estoy seguro aún de si han reconocido que los chicos teníamos razón al afirmar que la lluvia se iba a acabar en escasos 10 minutos... como así sucedió.
Es una pena no haber tomado ni una sola fotografía desde allí arriba con la lluvia cayendo sobre el cañón. Se respiraba una paz inmensa que se colaba hacia el pecho al oír poco más que el agua al caer sobre el manto verde. Un manto que se extendía 360º desde nuestra posición y que consigue que los problemas cotidianos sean un mero recuerdo que ni siquiera estás seguro de haber vivido realmente.
Aunque estábamos esperándolo, al escampar la lluvia tuvimos que abandonar ese estado de ensimismamiento particular en el que nos habíamos embarcado cada uno. Emprendimos la vuelta a ritmo vivo para evitar el más que probable siguiente chaparrón, comentando opiniones y pareceres sobre el lugar y discutiendo alegremente sobre el tipo de fauna y flora que se disemina por doquier.
Noemí: tenías razón ;)
Cuando hubimos llegado al parking nos enfrentamos al siguiente problema a salvar: ¿dónde comer? Las perspectivas de que saliera el sol no eran muy buenas por lo que necesitábamos un sitio cubierto donde plantar nuestro comedor. Aunque no todos éramos igual de optimistas, conseguimos dar con un lugar óptimo para el desarrollo de nuestro almuerzo: el portal del Ayuntamiento de Ucero.
Apropiándonos temporalmente de los bancos públicos de la casa consistorial como se ve en la foto, comimos muy a gusto resguardados de la lluvia y en compañía de una perrita que se acercó al olor de la comida. Y no fue la única en hacerlo. Un hombre de mediana edad que pusimos en la piel del alcalde, subió hasta la entrada, miró un cartel en la puerta después de saludarnos y acto seguido se marchó tal como había venido. Minutos antes del suceso y poco después del mismo pudimos observar una cabeza detrás de una cortina en el edificio de enfrente. Quizá a algún vecino le parecía mal que hiciésemos uso del portal de esa manera.
Al final todo quedó en una jornada más de comida en la calle y una jornada más disfrutando y riendo como niños.
Fuimos desayunando a medida que bajábamos al salón y enseguida nos pusimos a recoger un poco la casa y empezamos a preparar la comida para llevar. Un par de tortillas de patata, unas verduras a la plancha, embutido y fruta para recuperar energías a medida que se fueran perdiendo ya que no teníamos pensado volver a casa hasta la noche.
El primer destino en la agenda era una ruta a pie por el cañón del río Lobos. Emprendimos la marcha en la furgo por el mismo camino que la jornada anterior parando a comprar pan en el pueblo vecino, Cirujales del Río.
Con los ojos puestos permanentemente en el cielo ante la clara amenaza de lluvia, nos acercamos hasta el parque natural y dejamos el vehículo en el aparcamiento de Cueva Fría. Como en todos estos lugares que se convierten en reservas o similares y que los gobiernos competentes se encargan de promocionar, la afluencia de gente es algo con lo que debes contar. Cuando nos poníamos a preparar las cosas para la caminata ya había mucha gente comenzando el itinerario y otra mucha faltaba por llegar.
Es gracioso ver en estos lugares la disparidad existente en la preparación de la gente para ponerse a caminar. Desde los que cuentan con el mejor material para senderismo o trekking hasta los tacones para ellas o zapatos de punta para ellos. Sin querer menospreciar las decisiones de cada cual, creo que hay momentos y momentos para lucir vestuario y ese no es uno de los que invite a ello.
Comenzamos a andar por la carretera por la que habíamos llegado, pero siguiendo hacia adelante del punto en que habíamos estacionado. La mayor parte del recorrido hasta la Ermita de San Bartolomé se trata de un vial asfaltado sin ninguna dificultad ni técnica ni física, aunque también se puede realizar por un camino o sendero que discurre por el otro lado del río Lobos, más próximo a él. Ya se empieza a ver (de hecho desde antes de ponerse a andar) la belleza de la zona consecuencia de su agresiva orografía llena de repisas y oquedades y que sirve de excelente ecosistema para todas las rapaces que lo pueblan. Águilas, halcones, alimoches, azores y búhos entre otros, que encuentran refugio en el erosionado cañón y que son muy frecuentes de ver.
Rápidamente se recorren los poco más de 2 kilómetros entre sabinas, pinos y encinas hasta la citada ermita, levantada frente a la cueva Grande. En la explanada que se abre al llegar al edificio estuvimos un rato intentando obtener una de las imágenes más recurridas en las postales del cañón del río Lobos. Ciertamente la estampa que se podía obtener estudiando un poco el punto desde el que mirar era impresionante.
En el momento de nuestra visita se encontraba en obras y había andamios y redes en la fachada. Parecían labores de rehabilitación de los paramentos de la ermita que se veía un poco ajada por el paso del tiempo en ciertos puntos de su geometría.
Justo detrás de la ermita se abre la cueva Grande a la que se accede cruzando el río en lo que es la continuación de la ruta marcada para recorrer la totalidad del cañón. Aprovechando la cercanía con la corriente de agua un intrépido integrante del grupo rellenó su bidón con agua directamente del río, lo que desencadenó una serie de acontecimientos agresivos que mejor no relatar en este momento. A los que nos pareció buena idea tomamos un refrescante trago y nos acercamos todos a ver la mencionada cueva.
Realmente el sobrenombre grande se debe a la altura de la entrada ya que solo se puede entrar unos metros en su interior. Sin embargo, es un punto muy visitado y otorga unas vistas curiosas de la ermita desde sus entrañas.
Seguimos un poco más hacia adelante con nuestro camino. Teníamos la arrogante intención de llegar hasta el Puente de los siete ojos del que nos separaban unos seis kilómetros y medio. Mientras íbamos avanzando se conversaba sobre la viabilidad de la caminata y enseguida empezaron a hacerse fuertes los detractores de llegar siquiera a intentarlo. Apenas habíamos recorrido 500 metros desde el primer objetivo y ya nos dábamos la vuelta. Eran las dos de la tarde y la gente empezaba a sufrir los estragos del hambre.
No volvimos directamente al aparcamiento sino que ascendimos hasta El balconcillo. Es un agujero en la roca que se presenta como inmejorable mirador natural y se presta para deleite de los más payasos de cualquier grupo.
A la postre, además de la recompensa visual que obtuvimos al subir, resultó una decisión acertada también en lo tocante a la climatología, ya que empezó a llover con intensidad al poquito de llegar al hueco. Aguantamos allí sentados cómodamente por espacio de 15 minutos, en contra de la idea de las mujeres que defendían a capa y espada la opción de bajar de allí rápido y volver corriendo (o andando) a la furgo. No estoy seguro aún de si han reconocido que los chicos teníamos razón al afirmar que la lluvia se iba a acabar en escasos 10 minutos... como así sucedió.
Es una pena no haber tomado ni una sola fotografía desde allí arriba con la lluvia cayendo sobre el cañón. Se respiraba una paz inmensa que se colaba hacia el pecho al oír poco más que el agua al caer sobre el manto verde. Un manto que se extendía 360º desde nuestra posición y que consigue que los problemas cotidianos sean un mero recuerdo que ni siquiera estás seguro de haber vivido realmente.
Aunque estábamos esperándolo, al escampar la lluvia tuvimos que abandonar ese estado de ensimismamiento particular en el que nos habíamos embarcado cada uno. Emprendimos la vuelta a ritmo vivo para evitar el más que probable siguiente chaparrón, comentando opiniones y pareceres sobre el lugar y discutiendo alegremente sobre el tipo de fauna y flora que se disemina por doquier.
Noemí: tenías razón ;)
Cuando hubimos llegado al parking nos enfrentamos al siguiente problema a salvar: ¿dónde comer? Las perspectivas de que saliera el sol no eran muy buenas por lo que necesitábamos un sitio cubierto donde plantar nuestro comedor. Aunque no todos éramos igual de optimistas, conseguimos dar con un lugar óptimo para el desarrollo de nuestro almuerzo: el portal del Ayuntamiento de Ucero.
Apropiándonos temporalmente de los bancos públicos de la casa consistorial como se ve en la foto, comimos muy a gusto resguardados de la lluvia y en compañía de una perrita que se acercó al olor de la comida. Y no fue la única en hacerlo. Un hombre de mediana edad que pusimos en la piel del alcalde, subió hasta la entrada, miró un cartel en la puerta después de saludarnos y acto seguido se marchó tal como había venido. Minutos antes del suceso y poco después del mismo pudimos observar una cabeza detrás de una cortina en el edificio de enfrente. Quizá a algún vecino le parecía mal que hiciésemos uso del portal de esa manera.
Al final todo quedó en una jornada más de comida en la calle y una jornada más disfrutando y riendo como niños.
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