Alojamiento: 0,00 € // Alimentación: 0,00 € // Varios: 0,00 €
Llegamos a Peñíscola justo para sentarnos a comer en el restaurante Mr. Rabbits, en la urbanización Peñismar. Es el lugar donde comemos siempre, todos los días, cuando pasamos los días allí. Un menú del día por 10€ sin grandes pretensiones pero con generosas cantidades, el plato de ensalada cortesía de la casa mientras esperas a ser servido y un chupito de manzana, también regalado, al finalizar la comida, hacen que este sea el elegido por nosotros y por muchísima gente que cada día llena su terraza.
Se dilató bastante la comida a causa del lleno del que hacían gala las mesas del restaurante, cosa que nos vino de perlas ya que no nos darían las llaves del apartamento hasta las 17:00.
Siempre elegimos el complejo de apartamentos Peñíscola Azahar, a medio camino entre Benicarló y el casco viejo de Peñíscola. Hace años tenía una playa de piedras enfrente (está en primera línea) pero este pueblecito se encuentra en una renovación constante que le ha llevado a contar con un arenal de 6 kilómetros y un paseo que lo recorre completamente.
Cogimos las llaves de nuestro apartamento en el edificio situado en el centro de la parcela
No es el más cercano al mar pero a una altura adecuada se obtienen unas magníficas vistas y se evitas los incómodos mosquitos procedentes de las charcas que recorren el parque de enfrente.
Mientras mis padres se acercaban al Mercadona de Benicarló a hacer acopio de provisiones, Eva y yo nos dedicábamos a la ardua tarea de echar la siesta. Es un trabajo sucio, pero alguien tiene que hacerlo.
Preparamos una pequeña merienda de picoteo, que acabaría juntándose con la cena, ya que estábamos todos un poco cansados. Con la tontería pasamos cuatro horas sentados en la terraza rajando sin parar y bebiendo cervezas y vino. Casi a medianoche el sueño pudo con nosotros y nos condujimos cada uno a su cama a hacer seda.
Día 3: Peñíscola
Alojamiento: 0,00 € // Alimentación: 0,00 € // Varios: 0,00 €
A falta del cotidiano sonido del despertador, nos levantamos sin madrugar pero sin abusar. Deasyunamos mientras la neblina matutina todavía daba una impresión borrosa a los rayos del sol que se iba elevando sobre el mar.
Dentro de lo poco amigo de hoteles que soy y de que prefiero montaña que playa, tengo que admitir que la terraza frente al mar es algo que me encanta. Desayuno, almuerzo, comida, merienda, cena, charlas, partidas de cartas, lectura,... todo tiene cabida para ser hecho en un terraza. Si obstante, también debo apuntar que disfrutaría lo mismo o más haciéndolo bajo el toldo de la furgo sentado en mis sillas de camping.
Hizo bastante viento toda la mañana pero la cita con la playa cuando estás en la costa es como la misa de los domingos (para quién lo haga), hay que ir. Además no cuesta nada cuando sabes que vas a poder elegir emplazamiento sin problema ya que en estas fechas sobra sitio.
Después de los pertinentes baños (de sol y de agua) volvimos al apartamento para ducharnos y bajar al restaurante a meternos entre pecho y espalda la paella de marisco que habíamos encargado. Nos costó conseguir mesa incluso teniéndola reservada, pero es que al ser domingo, se había multiplicado el número de clientes.
Evidentemente, después del chaparrón caído lo único que se podía hacer era dormir. O cuando menos tumbarse. La verdad es que la vida en la playa llega a basarse en satisfacer los instintos primarios. Y a menudo, eso, te llena de una felicidad muy básica pero plena.
Esa tarde sí que la aprovechamos para ir a dar una vuelta por el pueblo. El casco antiguo de Peñiscola es muy bonito y se encuentra muy bien conservado.
La mayoría de las fachadas de las pequeñas casitas aparecen pintadas en el típico color blanco para evitar la concentración del calor por la acción del sol. Las calles son muy empinadas y todas de piedra, notándose en las más importantes las huellas del paso de las carretas en su tiempo.
Este es el punto comercial de referencia en la ciudad pero a estas alturas del año ya aparecían muchos puestos cerrado e incluso había más de uno vacío. No pasaba así hacía unos años, en los que todos los bajos tenían su tienda de recuerdos, su joyería o su chiringuito.
Estuvimos viendo el desfile de los Moros y Cristianos, conmemorativo de la Reconquista de la península, que llena de color y sonido todo el entorno del castillo.
Lo seguimos hasta la playa, donde antes de entremezclarnos con los pintores ambulantes, dediqué unos minutos a sacar una panorámica del castillo
que complementase a la que había sacado un rato antes desde una de sus almenas.
Desde allí nos marchamos a por el coche que teníamos aparcado cerca del Palacio de Congresos y volvimos al apartamento justo para cenar. Una nueva sesión de terraza, picoteo, vino y charla sin descanso pusieron punto y final al segundo día en Peñíscola.
Día 4: Peñíscola - Logroño
Distancia: 437 km // Tiempo: 5:00 h // Consumo: 40 L
Combustible: 34,80 € // Peajes: 18,30 € // Total: 53,10 €
Alojamiento: 0,00 € // Alimentación: 0,00 € // Varios: 0,00 €
Itinerario VíaMichelín
El último día nos levantamos con más tranquilidad aún. Habíamos estirado un poco más la noche y eso se notó a la hora de ponerse en pie.
Desayunamos como de costumbre mirando al mar, deslumbrados por el reflejo del sol en el agua. Me encantan esos momentos en los que puedes estar mirando la actividad de una ciudad sin que oigas ruidos de coches, sirenas, gente,... Es como ser un mero espectador.
Aprovechamos el último día de playa, seguramente de todo el año, bajando un rato al mismo punto de siempre, frente a la Hostería del Mar.
Un baño, un poco de lectura, tumbarse al sol,... actividades típicas en un lugar como este, hasta la una del mediodía en que recogimos los bártulos para ir a comer. Eva y yo nos volvíamos a Logroño por la tarde y no quería retrasar mucho la hora de salida, así que adelantamos la hora de la comida.
Llevábamos intención de comer ligero, para evitar la sensación de pesadez y amodorramiento durante el viaje, pero poco caso nos hicimos a nosotros mismos. Lo único que pudimos hacer fue acabar la comida con un cafecito para espabilar.
Salimos pasadas con mucho las 16:00, con intención de rodar todo lo posible por carretera nacional evitando los peajes. Fuimos de Peñíscola a Sant Carles de la Rápita, en el sentido contrario que hacía un par de días, y continuamos igual hasta Bujaraloz. Suelo elegir este camino porque han hecho obras en el firme y han dejado muchos kilómetros de carretera muy buena y además está poco transitada, ya que gran parte del tráfico lo asume la Autopista Zaragoza-Lleida. Hace 10 o 12 años, conducir por según que tramos de ese mismo itinerario, podía propiciar una parada por un mareo con bastante facilidad.
Efectuamos una parada y cambio de conductor en una gasolinera en Batea donde aprovechamos para visitar los servicios y comprar algo de merienda, mientras seguíamos lamentando el haber tenido que volver a casa y no poder permanecer unos días más de vacaciones.
En Bujaraloz ya decidimos coger la autopista y hacer el viaje exactamente al revés de como lo habíamos hecho a la ida. Por aquí el tráfico si que se incrementa sustancialmente y la mayor parte de los ocupantes de la vía son transportes que usan una de las vías de comunicación más saturadas, el eje Zaragoza-Bilbao.
Haciendo un nuevo cambio de conductor, cuando ya habían pasado unos 60 kilómetros de Zaragoza, nos encaminamos irremediablemente a lo que serían las horas precedentes a la vuelta al tajo.
Se dilató bastante la comida a causa del lleno del que hacían gala las mesas del restaurante, cosa que nos vino de perlas ya que no nos darían las llaves del apartamento hasta las 17:00.
Siempre elegimos el complejo de apartamentos Peñíscola Azahar, a medio camino entre Benicarló y el casco viejo de Peñíscola. Hace años tenía una playa de piedras enfrente (está en primera línea) pero este pueblecito se encuentra en una renovación constante que le ha llevado a contar con un arenal de 6 kilómetros y un paseo que lo recorre completamente.
Cogimos las llaves de nuestro apartamento en el edificio situado en el centro de la parcela
No es el más cercano al mar pero a una altura adecuada se obtienen unas magníficas vistas y se evitas los incómodos mosquitos procedentes de las charcas que recorren el parque de enfrente.
Mientras mis padres se acercaban al Mercadona de Benicarló a hacer acopio de provisiones, Eva y yo nos dedicábamos a la ardua tarea de echar la siesta. Es un trabajo sucio, pero alguien tiene que hacerlo.
Preparamos una pequeña merienda de picoteo, que acabaría juntándose con la cena, ya que estábamos todos un poco cansados. Con la tontería pasamos cuatro horas sentados en la terraza rajando sin parar y bebiendo cervezas y vino. Casi a medianoche el sueño pudo con nosotros y nos condujimos cada uno a su cama a hacer seda.
Día 3: Peñíscola
Alojamiento: 0,00 € // Alimentación: 0,00 € // Varios: 0,00 €
A falta del cotidiano sonido del despertador, nos levantamos sin madrugar pero sin abusar. Deasyunamos mientras la neblina matutina todavía daba una impresión borrosa a los rayos del sol que se iba elevando sobre el mar.
Dentro de lo poco amigo de hoteles que soy y de que prefiero montaña que playa, tengo que admitir que la terraza frente al mar es algo que me encanta. Desayuno, almuerzo, comida, merienda, cena, charlas, partidas de cartas, lectura,... todo tiene cabida para ser hecho en un terraza. Si obstante, también debo apuntar que disfrutaría lo mismo o más haciéndolo bajo el toldo de la furgo sentado en mis sillas de camping.
Hizo bastante viento toda la mañana pero la cita con la playa cuando estás en la costa es como la misa de los domingos (para quién lo haga), hay que ir. Además no cuesta nada cuando sabes que vas a poder elegir emplazamiento sin problema ya que en estas fechas sobra sitio.
Después de los pertinentes baños (de sol y de agua) volvimos al apartamento para ducharnos y bajar al restaurante a meternos entre pecho y espalda la paella de marisco que habíamos encargado. Nos costó conseguir mesa incluso teniéndola reservada, pero es que al ser domingo, se había multiplicado el número de clientes.
Evidentemente, después del chaparrón caído lo único que se podía hacer era dormir. O cuando menos tumbarse. La verdad es que la vida en la playa llega a basarse en satisfacer los instintos primarios. Y a menudo, eso, te llena de una felicidad muy básica pero plena.
Esa tarde sí que la aprovechamos para ir a dar una vuelta por el pueblo. El casco antiguo de Peñiscola es muy bonito y se encuentra muy bien conservado.
La mayoría de las fachadas de las pequeñas casitas aparecen pintadas en el típico color blanco para evitar la concentración del calor por la acción del sol. Las calles son muy empinadas y todas de piedra, notándose en las más importantes las huellas del paso de las carretas en su tiempo.
Este es el punto comercial de referencia en la ciudad pero a estas alturas del año ya aparecían muchos puestos cerrado e incluso había más de uno vacío. No pasaba así hacía unos años, en los que todos los bajos tenían su tienda de recuerdos, su joyería o su chiringuito.
Estuvimos viendo el desfile de los Moros y Cristianos, conmemorativo de la Reconquista de la península, que llena de color y sonido todo el entorno del castillo.
Lo seguimos hasta la playa, donde antes de entremezclarnos con los pintores ambulantes, dediqué unos minutos a sacar una panorámica del castillo
que complementase a la que había sacado un rato antes desde una de sus almenas.
Desde allí nos marchamos a por el coche que teníamos aparcado cerca del Palacio de Congresos y volvimos al apartamento justo para cenar. Una nueva sesión de terraza, picoteo, vino y charla sin descanso pusieron punto y final al segundo día en Peñíscola.
Día 4: Peñíscola - Logroño
Distancia: 437 km // Tiempo: 5:00 h // Consumo: 40 L
Combustible: 34,80 € // Peajes: 18,30 € // Total: 53,10 €
Alojamiento: 0,00 € // Alimentación: 0,00 € // Varios: 0,00 €
Itinerario VíaMichelín
El último día nos levantamos con más tranquilidad aún. Habíamos estirado un poco más la noche y eso se notó a la hora de ponerse en pie.
Desayunamos como de costumbre mirando al mar, deslumbrados por el reflejo del sol en el agua. Me encantan esos momentos en los que puedes estar mirando la actividad de una ciudad sin que oigas ruidos de coches, sirenas, gente,... Es como ser un mero espectador.
Aprovechamos el último día de playa, seguramente de todo el año, bajando un rato al mismo punto de siempre, frente a la Hostería del Mar.
Un baño, un poco de lectura, tumbarse al sol,... actividades típicas en un lugar como este, hasta la una del mediodía en que recogimos los bártulos para ir a comer. Eva y yo nos volvíamos a Logroño por la tarde y no quería retrasar mucho la hora de salida, así que adelantamos la hora de la comida.
Llevábamos intención de comer ligero, para evitar la sensación de pesadez y amodorramiento durante el viaje, pero poco caso nos hicimos a nosotros mismos. Lo único que pudimos hacer fue acabar la comida con un cafecito para espabilar.
Salimos pasadas con mucho las 16:00, con intención de rodar todo lo posible por carretera nacional evitando los peajes. Fuimos de Peñíscola a Sant Carles de la Rápita, en el sentido contrario que hacía un par de días, y continuamos igual hasta Bujaraloz. Suelo elegir este camino porque han hecho obras en el firme y han dejado muchos kilómetros de carretera muy buena y además está poco transitada, ya que gran parte del tráfico lo asume la Autopista Zaragoza-Lleida. Hace 10 o 12 años, conducir por según que tramos de ese mismo itinerario, podía propiciar una parada por un mareo con bastante facilidad.
Efectuamos una parada y cambio de conductor en una gasolinera en Batea donde aprovechamos para visitar los servicios y comprar algo de merienda, mientras seguíamos lamentando el haber tenido que volver a casa y no poder permanecer unos días más de vacaciones.
En Bujaraloz ya decidimos coger la autopista y hacer el viaje exactamente al revés de como lo habíamos hecho a la ida. Por aquí el tráfico si que se incrementa sustancialmente y la mayor parte de los ocupantes de la vía son transportes que usan una de las vías de comunicación más saturadas, el eje Zaragoza-Bilbao.
Haciendo un nuevo cambio de conductor, cuando ya habían pasado unos 60 kilómetros de Zaragoza, nos encaminamos irremediablemente a lo que serían las horas precedentes a la vuelta al tajo.
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