domingo, 8 de agosto de 2010

Costa Cántabra (I)

El gusanillo de meternos en cuevas lleva ya un tiempo dentro de nosotros. En JonyMao Travel hemos hecho ya alguna incursión a las entrañas de la tierra (por ejemplo, las cuevas de Akuandi y Los Cristinos en Navarra o la cueva Galiana en Soria). De hecho, hace poco menos de un año ya nos introdujimos en el interior de esta cueva, la del Soplao, descubierta gracias a la actividad minera de la zona, pero en la versión más turística.

Viernes
Con objeto de repetir la visita en su variante más deportiva, salimos el viernes por la tarde después de la semana de trabajo, sin idea ninguna de dónde íbamos a dormir. La idea inicial pasaba por hacer la primera noche de camping cerca de las cuevas, para retroceder el sábado a alguna zona más oriental.
Finalmente la decisión la tomó la disponibilidad de los camping, que fuimos comprobando durante el viaje por la autopista a Bilbao. Conseguimos sitio en lo que debía haber sido nuestro destino del sábado noche y que pasó a representar el papel de centro de operaciones: el camping de las Arenillas, en Islares.
Aún le quedaba algo que decir al sol antes de meterse del todo tras el horizonte y aprovechamos esa luz que nos brindaba para montar la tienda entre los tres y empezar a organizar todo de manera que hubiera que hacer/deshacer lo menos posible durante nuestra estancia allí. Sacos, mantas, mesas, sillas, nevera, comida, ropa,... lo habitual y que tanto cuesta tener organizado y a mano.
Entre unas cosas y otras se nos hizo de noche

y comenzamos la buena tarea de cenar. Las chicas ya habían arreglado este asunto en Logroño, con lo que sólo hubo que poner al alcance de nuestras mandíbulas los filetes y la ensalada que supieron riquísimas y fueron la recompensa a un trayecto hasta allí con bastantes dudas sobre dónde haríamos noche. Algo de postre y una cervecita conversando siguieron a la última ingesta del día, planeando la jornada del sábado hasta que hicimos sueño.
Dejamos todo listo para dormir

y nos despedimos hasta el día siguiente, yendo cada uno a sus propios sueños con el denominador común del destino que nos aguardaba.

Sábado
Nos levantamos con calma, cerca de las 9:00 de la mañana. Amaneció un día soleado pero fresco y nos pusimos a hacer el desayuno. Café, bollos y galletas para los tres.

Entre ponte bien y estate quieta se nos echó el tiempo encima y tuvimos que prepararnos a toda prisa y salir pitando en dirección a nuestro primer objetivo del finde: las cuevas del Soplao. Un trayecto en su mayor parte por autovía, que nos conduce hasta el pueblo de Rábago, último que encuentras en el camino hacia las populares grutas.

Con la mente puesta en lo que nos ocurrió la última vez, en la que por llegar tarde tuvimos que entrar a la cueva separados, apretamos el paso durante todo el viaje hasta allí, subiendo el último tramo en modo rally. Faltaban menos de 10 minutos para la hora a la que empezaba la actividad cuando accedíamos al aparcamiento pensando en que debíamos haber estado media hora antes como en la ocasión anterior. Sin embargo, nos llevamos una grata sorpresa cuando la señorita de la taquilla nos dijo que nos presentásemos en la puerta de entrada en el transcurso de esos 10 minutos.
Aún tuvimos que esperar más frente a los vestuarios, ya que en esta actividad dan más tiempo a que la gente llegue, además de que antes de entrar al interior hay una pequeña charla introductoria en el mismo punto.

Allí empezamos a sospechar que lo que íbamos a hacer podía tener menos de "aventura" de lo que esperábamos encontrar al ver como la gente se acercaba con chanclas o como compartíamos espera con gente bastante mayor o bastante menor.
Como no se pueden sacar fotografías en el interior de la cueva no puedo mostrar ninguna imagen para acompañar el relato. De todos modos y tras la pequeña desilusión, deportivamente hablando, que me llevé, el escenario en el que nos movimos volvió a conquistarnos. Estalactitas y estalagmitas, excéntricas, coladas y banderolas, muchas de ellas con el color blanco puro tan característicos de esta caverna, se distribuyen por doquier, tan solo iluminadas con los frontales que portábamos en nuestros cascos.
A medida que nos introducíamos, podíamos ir recordando formaciones y espeleotemas ya conocidas, intentando anticiparnos a las explicaciones de nuestros guías.
Como ya digo, en cuanto al valor turístico y cultural de la visita salí ampliamente satisfecho, pero quién entienda el título de "Visita Aventura" como un pequeño reto deportivo, puede llevarse una pequeña decepción. El camino, si bien no está hormigonado como en la versión más light, se encuentra correctamente pisado y con suficientes ayudas en los puntos un poco más sucios. Lo más complicado del recorrido es la ascensión por una escalera bastante empinada que, no debería suponer una dificultad, para nadie que pueda moverse con normalidad.

Salimos de la cueva un poco más de 2 horas después de que nos internásemos en ella, completando casi las 3 horas desde el inicio de la actividad. Echamos el diente a algo de fruta y algún yogurt y nos entretuvimos sacando fotos por el exterior.

Con las vistas tan maravillosas que pueden contemplarse desde esa altitud, tomamos más fotografías haciendo el chorra que las que realmente mereciesen la pena... pero nos echamos unas risas.

Cuando nos hubimos cansado y caímos en la cuenta de que nos quedaba un rato hasta llegar al camping a comer, nos pusimos en marcha de vuelta a Islares, esta vez con más calma que a la ida. Aproveché para centrarme con mayor detenimiento en el magnífico paisaje cántabro, plagado de verdes desniveles y sembrado por caseríos solitarios o escasamente acompañados. Me encanta circular por la A-8 a una velocidad relajada y poder ir viendo el entorno y sintiéndome un poco parte de él.
Eran las 16:00 cuando nos reinstalamos en nuestra parcela y desplegábamos todos los aparejos para poder empezar a cocinar y posteriormente degustar unos suculentos macarrones con tomate.

Es una de las cosas que me indica que estoy de camping: los macarrones con chorizo y tomate. Es un típico tópico cada vez que acampamos y si me falta es como si no estuviéramos de camping. Es como el pan sin miga o la cerveza sin alcohol, que son, pero no son... el caso es que me supieron a teta.
Y otro síntoma evidente de la estancia en un camping es que todo se hace más despacio. Da tiempo a hacer menos cosas, pero el estrés es mínimo. Por ello tras comer y sin llegar a echarnos siesta, para bien que estábamos listos para ir a la playa eran casi las 18:00 de la tarde.
Fuimos a la playa de Oriñon, justo enfrente del camping pero a unos kilómetros en coche por la vuelta que hay que dar. La misma que divisábamos por la mañana con una grandísima bancada de arena en la marea baja, aparecía ahora inundada en más de la mitad de su extensión.

Dejamos las toallas y los zarrios y después de unos minutos tumbados echamos a caminar por la arena, prestando atención al curioso efecto de la subida del nivel del mar. Al llegar a la ría de Guriezo (o de Oriñón), decidimos mojarnos para cruzar hasta la lengua de tierra que sobresalía unos cuantos metros frente a nosotros en dirección al interminable océano. Sentimos una fuerte corriente de agua fría que nos arrastraba hacia adentro, que cambio radicalmente al ascender al montículo terroso cuyo agua aumenta de temperatura unos cuantos grados.
Anduvimos distraidos por el mar y la arena durante un rato, hasta que vimos que el sol empezaba a ocultarse tras los peñones que rodean la desembocadura. A la sombra se notaba el frío típico de las costas norteñas y decidimos recoger y acercarnos a Laredo a hacer unas compras para la cena. Para variar encontramos la ciudad en fiestas pero tuvimos la grandísima suerte de aparcar justo en la puerta del pequeño supermercado en el que entramos.
Aprovechamos la coyuntura para quedarnos a disfrutar del ambientillo callejero que reinaba tomando unas cervezas y unas copas de helado en una cafetería del concurrido paseo.

Ya en el camping, enseguida nos pusimos a preparar la cena, constituida por salchichas y hamburguesas acompañadas de un poco de ensalada. Y después, viéndonos rodeados de los lujos que tenían todos nuestros vecinos, decidimos ponernos una película en el portátil, aunque no terminamos de verla porque nos fuimos a la cama a dormir. Estábamos cansados y la idea era madrugar al día siguiente.

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Camping las Arenillas = 33 €/día para 3 personas, parcela y electricidad.

CUEVAS DEL SOPLAO
Visita turística = 10 €.
Visita aventura = 30 €.