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lunes, 21 de agosto de 2023

Senda de los acantilados, Noja

Después de unas cuantas horas de conducir desde Aínsa (🔗), llegamos a Noja a tratar de pasar el calor de esos días de la mejor manera posible. Aún se pudo andar un poco en bici y pasear por el sendero de los acantilados, que los niños no lo conocían y con un helado se hace muy bien.
 
DESCRIPCIÓN DE LA VISITA 
Cuatro días de camping y playa, buscando el fresquito del Norte y el agua del mar para bañarnos. Pocas pretensiones.
Pero al menos sacamos tiempo para andar un poco. Yo subí en bici hacia el Cabo de Quejo, encima de Isla. Una ruta bonita siguiendo el sendero que recorre los acantilados y con increíbles vistas hacia el mar, Noja e Isla. Me perdí un poco y me cansé un mucho; no hay mucho desnivel, pero si rampones con terreno blandengue que calientan las piernas.

Una tarde, con promesa de helado del Regma mediante, fuimos con los niños andando hasta la senda de los acantilados, que une las playas de Ris y Tregandín, recorriendo toda la costa. Algo así como un kilómetro y medio, la ida, pasando por pequeñas calitas poco concurridas. Nosotros, desde el camping, anduvimos unos 6-7 km y bajamos a una playa a mojar los pies. 
Es un recorrido bonito y a la sombra. En días de calor, bajas al agua, baño en cueros y a seguir.
 
FOTOS DE LA VISITA:
 
 
 Vistas hacia la playa de Ris desde las antenas de Isla.
 
 Recorriendo los senderos de cabo de Quejo. Al fondo la torre chata de las antenas.

Vistas hacia el Oeste, en la dirección que avanzo.

Entrando en la senda de los acantilados. Terreno playero en entorno boscoso.

Detrás de Eva, a la izquierda, un antiguo búnker de la Guerra Civil.

Está todo el camino lleno de pequeñas calas, más o menos accesibles.

Hay varios caminos, todos con el mismo final, que discurren entre vegetación frondosa.
 
Vimos gente en kayaks hinchables que nos dieron bastante envidia para navegar por estas aguas. 
 
Parada en una playa a mojar pies.
 
Vistas hacia el Brusco y el Buciero (🔗), más atrás.
 
De vuelta a Noja y hacia el camping.


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lunes, 27 de septiembre de 2010

Costa cántabra (II)

Ya por la noche habíamos escuchado (al menos yo) como la lluvia finalmente se había dejado caer por esa parte del Cantábrico. El característico sonido de las gotas golpeando la capa exterior de la tienda me acompañó durante un buen rato, de forma lenta pero constante. No se trataba de una gran tormenta a la que hubiera que temer, sino de esa precipitación ligera y distendida, como sucediendo sin querer. Fuera como fuere el suelo amaneció empapado tras haber pasado unas horas recojiendo las frías gotas caídas desde el cielo.

Domingo
El despertador sonó sobre las 8:00, respondiendo a lo que le habíamos pedido para poder afrontar con tiempo fresco el objetivo de ese día, la ascensión al monte Buciero, en Santoña. Y nos empujó de frente al húmedo panorama que se dibujaba a nuestro alrededor.
Durante un buen rato que siguió al desayuno nuestras ganas de subir los 378 metros del pico Ganzo se mantuvieron bajo mínimos. Desde luego habíamos esquivado el calor que tanto nos preocupaba los días de antes, pero el terreno mojado y las expectativas de que pudiera seguir lloviendo nos minaban el ánimo.
Finalmente optamos por recoger poco a poco y decidir a última hora. Y la decisión fue subir, así que, tras habernos levantado a las 8:00 de la mañana nos poníamos en marcha cerca de las 12:00 del mediodía.
Partimos con todo lo necesario desde la punta de San Carlos, donde se levanta el fuerte del mismo nombre. Decidimos mezclar parte de dos de los recorridos que se proponen, concretamente el 1 Faros y acantilados, y el 3 Culminaciones del Buciero, para fusionarlos en una ruta a nuestra medida. Comenzamos con una ascensión fuerte en la que poco después de sobrepasar la batería Galbanes, tenemos ya vistas de Laredo y el Puntal como éstas.

En los dos primeros kilómetros se ven los fuertes y las baterías que se levantaron entre los siglos XVII y XVIII, en el perímetro de este monte para advertir la llegada de los barcos y servir de primera línea de defensa. Aunque nosotros no nos detuvimos mucho a mirarlos y empleamos nuestras fuerzas en la empinada subida de este primer tramo

que nos llevó a alcanzar casi los 200 metros sobre el nivel del mar. Del mismo mar en el que ya empezábamos a ver los barcos pesqueros cada vez más pequeños.

Aunque no llevamos un ritmo muy fuerte, enseguida accedimos a las vistas a la Punta del Fraile, cuyos acantilados superan los 200 metros de caída vertical.

Tras permanecer unos minutos embelesados con las impresionantes y amplias vistas

abandonamos la ruta de los faros y los acantilados, para adentrarnos en el bosque siguiendo hacia las culminaciones del Buciero.


Resulta imposible decir que el paisaje que habíamos disfrutado hasta ese momento es de los que te deja boquiabierto, con la inmensidad de los espacios que abarca la vista y el precioso color del mar Cantábrico. Sin embargo, lo que nos esperaba a continuación no se quedaba atrás en cuanto a espectacularidad y colorido.


Un verde intenso y con diferentes tonalidades ocupaba todo cuanto nuestra visión podía abarcar. El suelo, las paredes de los pasos estrechos y hasta el techo de ramas que nos cubría las cabezas se teñía del color de la calma y aparecía con un nuevo brillo allá donde nuestros ojos quisieran mirar.
Seguir el camino en este tramo conlleva prestar más atención que la que tuvimos que poner hasta este punto, pero encontrar las marcas no es difícil.

Gracias a ellas se puede avanzar con firmeza y seguridad por un entorno que, de no existir éstas, se convertiría en un pequeño laberinto complicado de afrontar.


Tras una brevísima parada a comer un poco, continuamos por este tramo de ensueño, muy motivados por lo llamativo del entorno, hacia la salida del bosque. Ésta pronto llegaría deparándonos una nueva imagen que guardar en nuestras retinas.


Aunque la ascensión a través del arbolado es fuerte y constante y había hecho mella en nuestras energías, las recompensas que íbamos obteniendo a cada paso que dábamos nos hacían pensar únicamente en seguir adelante.


Enseguida llegaríamos al punto de bifurcación que permite culminar el punto más alto del Buciero, el pico Ganzo de 378 metros de altitud. Desde el cruce ya teníamos a la vista el primer objetivo del día, que era el más importante también.


Apenas 15 minutos y una pequeña trepada nos separaban de la cima en ese momento.


Y superadas esas mínimas barreras conseguimos coronar y hacernos la foto de cima, único testimonio válido para ratificar nuestra proeza.


No paramos allí mucho tiempo, poco más de cinco minutos, disfrutando del primero de los retos superado. Estuvimos observando todo lo que podíamos alcanzar y enseguida nos dirigimos hacia el siguiente objetivo: el pico Buciero. Pero antes, durante la bajada, nos concedimos unos minutos para hacer el mono colgados de las piedras.


La segunda y última cima del día es de fácil acceso y se trata de una gran formación kárstica situada a 368 msnm. No tiene ninguna dificultad aparte del cuidado que hay que tener al andar por la ladera de lapiaces.
Una vez arriba repetimos la imprescindible foto de cima.


Sin detenernos aquí, ya que este hito no ofrece nada desde el punto de vista contemplativo, descendimos unos metros en dirección Sur, para desde allí poder deleitarnos con unas vistas de Santoña incomparables.


Desde allí emprenderíamos el descenso hacia el Oeste, por un recorrido agresivo y muy vertical que no llevaría a perder esa altura que tanto nos había costado ganar de un modo rápido pero entretenido.


Una vez alcanzado el Polvorín del Helechal, el camino se convierte en pista asfaltada que conduce sin pérdida hacia el paseo de Santoña


Tardamos cerca de 3 horas en completar el recorrido y llegar de nuevo a la furgo. Bajamos cansados y hambrientos lo que, unido al olorcillo que salía del restaurante que había a pocos metros de nuestro aparcamiento, nos hizo decidirnos por un menú a base de sardinas asadas y calamares rebozados. Un total de 24 pescados recién asados que degustamos en el campo de rugby que hay justo debajo del fuerte de San Martín y en el que ya había otros grupos haciendo lo propio.


No estuvimos en este comedor improvisado mucho más de lo necesario. Pronto recogimos todo el material y nos fuimos a pasear por el pueblo de Santoña en busca de una cafetería donde hacer la sobremesa. Tras unos minutos de callejeo y ver algunas construcciones muy bonitas nos sentamos en una terraza de la plaza de San Antonio. Tomamos unos cafés para permanecer espabilados durante el viaje de vuelta y contemplamos el teatrillo que nos procuraron los personajes de la calle locales, muy raros ellos.
Volvimos por las calles y el paseo marítimo hacia la furgo, echando un vistazo rápido al puerto, los chiringuitos de playa y las tiendas de productos típicos, intentando retrasar lo inevitable: la vuelta al día a día.

A media tarde cogimos dirección Logroño, con el cuerpo perezoso de volver a la rutina pero agradecido por las horas pasadas en los dos días anteriores.
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Te puede interesar:
Camping las Arenillas = 33 €/día para 3 personas, parcela y electricidad.

RUTA BUCIERO
Distancia recorrida = aprox. 7 kilómetros.
Tiempo invertido = 3:00 horas en movimiento.
Material = Ninguno.
Dificultad = Moderada.


Para comer = 2 raciones de sardinas asadas y una de rabas, unos
15€.

domingo, 8 de agosto de 2010

Costa Cántabra (I)

El gusanillo de meternos en cuevas lleva ya un tiempo dentro de nosotros. En JonyMao Travel hemos hecho ya alguna incursión a las entrañas de la tierra (por ejemplo, las cuevas de Akuandi y Los Cristinos en Navarra o la cueva Galiana en Soria). De hecho, hace poco menos de un año ya nos introdujimos en el interior de esta cueva, la del Soplao, descubierta gracias a la actividad minera de la zona, pero en la versión más turística.

Viernes
Con objeto de repetir la visita en su variante más deportiva, salimos el viernes por la tarde después de la semana de trabajo, sin idea ninguna de dónde íbamos a dormir. La idea inicial pasaba por hacer la primera noche de camping cerca de las cuevas, para retroceder el sábado a alguna zona más oriental.
Finalmente la decisión la tomó la disponibilidad de los camping, que fuimos comprobando durante el viaje por la autopista a Bilbao. Conseguimos sitio en lo que debía haber sido nuestro destino del sábado noche y que pasó a representar el papel de centro de operaciones: el camping de las Arenillas, en Islares.
Aún le quedaba algo que decir al sol antes de meterse del todo tras el horizonte y aprovechamos esa luz que nos brindaba para montar la tienda entre los tres y empezar a organizar todo de manera que hubiera que hacer/deshacer lo menos posible durante nuestra estancia allí. Sacos, mantas, mesas, sillas, nevera, comida, ropa,... lo habitual y que tanto cuesta tener organizado y a mano.
Entre unas cosas y otras se nos hizo de noche

y comenzamos la buena tarea de cenar. Las chicas ya habían arreglado este asunto en Logroño, con lo que sólo hubo que poner al alcance de nuestras mandíbulas los filetes y la ensalada que supieron riquísimas y fueron la recompensa a un trayecto hasta allí con bastantes dudas sobre dónde haríamos noche. Algo de postre y una cervecita conversando siguieron a la última ingesta del día, planeando la jornada del sábado hasta que hicimos sueño.
Dejamos todo listo para dormir

y nos despedimos hasta el día siguiente, yendo cada uno a sus propios sueños con el denominador común del destino que nos aguardaba.

Sábado
Nos levantamos con calma, cerca de las 9:00 de la mañana. Amaneció un día soleado pero fresco y nos pusimos a hacer el desayuno. Café, bollos y galletas para los tres.

Entre ponte bien y estate quieta se nos echó el tiempo encima y tuvimos que prepararnos a toda prisa y salir pitando en dirección a nuestro primer objetivo del finde: las cuevas del Soplao. Un trayecto en su mayor parte por autovía, que nos conduce hasta el pueblo de Rábago, último que encuentras en el camino hacia las populares grutas.

Con la mente puesta en lo que nos ocurrió la última vez, en la que por llegar tarde tuvimos que entrar a la cueva separados, apretamos el paso durante todo el viaje hasta allí, subiendo el último tramo en modo rally. Faltaban menos de 10 minutos para la hora a la que empezaba la actividad cuando accedíamos al aparcamiento pensando en que debíamos haber estado media hora antes como en la ocasión anterior. Sin embargo, nos llevamos una grata sorpresa cuando la señorita de la taquilla nos dijo que nos presentásemos en la puerta de entrada en el transcurso de esos 10 minutos.
Aún tuvimos que esperar más frente a los vestuarios, ya que en esta actividad dan más tiempo a que la gente llegue, además de que antes de entrar al interior hay una pequeña charla introductoria en el mismo punto.

Allí empezamos a sospechar que lo que íbamos a hacer podía tener menos de "aventura" de lo que esperábamos encontrar al ver como la gente se acercaba con chanclas o como compartíamos espera con gente bastante mayor o bastante menor.
Como no se pueden sacar fotografías en el interior de la cueva no puedo mostrar ninguna imagen para acompañar el relato. De todos modos y tras la pequeña desilusión, deportivamente hablando, que me llevé, el escenario en el que nos movimos volvió a conquistarnos. Estalactitas y estalagmitas, excéntricas, coladas y banderolas, muchas de ellas con el color blanco puro tan característicos de esta caverna, se distribuyen por doquier, tan solo iluminadas con los frontales que portábamos en nuestros cascos.
A medida que nos introducíamos, podíamos ir recordando formaciones y espeleotemas ya conocidas, intentando anticiparnos a las explicaciones de nuestros guías.
Como ya digo, en cuanto al valor turístico y cultural de la visita salí ampliamente satisfecho, pero quién entienda el título de "Visita Aventura" como un pequeño reto deportivo, puede llevarse una pequeña decepción. El camino, si bien no está hormigonado como en la versión más light, se encuentra correctamente pisado y con suficientes ayudas en los puntos un poco más sucios. Lo más complicado del recorrido es la ascensión por una escalera bastante empinada que, no debería suponer una dificultad, para nadie que pueda moverse con normalidad.

Salimos de la cueva un poco más de 2 horas después de que nos internásemos en ella, completando casi las 3 horas desde el inicio de la actividad. Echamos el diente a algo de fruta y algún yogurt y nos entretuvimos sacando fotos por el exterior.

Con las vistas tan maravillosas que pueden contemplarse desde esa altitud, tomamos más fotografías haciendo el chorra que las que realmente mereciesen la pena... pero nos echamos unas risas.

Cuando nos hubimos cansado y caímos en la cuenta de que nos quedaba un rato hasta llegar al camping a comer, nos pusimos en marcha de vuelta a Islares, esta vez con más calma que a la ida. Aproveché para centrarme con mayor detenimiento en el magnífico paisaje cántabro, plagado de verdes desniveles y sembrado por caseríos solitarios o escasamente acompañados. Me encanta circular por la A-8 a una velocidad relajada y poder ir viendo el entorno y sintiéndome un poco parte de él.
Eran las 16:00 cuando nos reinstalamos en nuestra parcela y desplegábamos todos los aparejos para poder empezar a cocinar y posteriormente degustar unos suculentos macarrones con tomate.

Es una de las cosas que me indica que estoy de camping: los macarrones con chorizo y tomate. Es un típico tópico cada vez que acampamos y si me falta es como si no estuviéramos de camping. Es como el pan sin miga o la cerveza sin alcohol, que son, pero no son... el caso es que me supieron a teta.
Y otro síntoma evidente de la estancia en un camping es que todo se hace más despacio. Da tiempo a hacer menos cosas, pero el estrés es mínimo. Por ello tras comer y sin llegar a echarnos siesta, para bien que estábamos listos para ir a la playa eran casi las 18:00 de la tarde.
Fuimos a la playa de Oriñon, justo enfrente del camping pero a unos kilómetros en coche por la vuelta que hay que dar. La misma que divisábamos por la mañana con una grandísima bancada de arena en la marea baja, aparecía ahora inundada en más de la mitad de su extensión.

Dejamos las toallas y los zarrios y después de unos minutos tumbados echamos a caminar por la arena, prestando atención al curioso efecto de la subida del nivel del mar. Al llegar a la ría de Guriezo (o de Oriñón), decidimos mojarnos para cruzar hasta la lengua de tierra que sobresalía unos cuantos metros frente a nosotros en dirección al interminable océano. Sentimos una fuerte corriente de agua fría que nos arrastraba hacia adentro, que cambio radicalmente al ascender al montículo terroso cuyo agua aumenta de temperatura unos cuantos grados.
Anduvimos distraidos por el mar y la arena durante un rato, hasta que vimos que el sol empezaba a ocultarse tras los peñones que rodean la desembocadura. A la sombra se notaba el frío típico de las costas norteñas y decidimos recoger y acercarnos a Laredo a hacer unas compras para la cena. Para variar encontramos la ciudad en fiestas pero tuvimos la grandísima suerte de aparcar justo en la puerta del pequeño supermercado en el que entramos.
Aprovechamos la coyuntura para quedarnos a disfrutar del ambientillo callejero que reinaba tomando unas cervezas y unas copas de helado en una cafetería del concurrido paseo.

Ya en el camping, enseguida nos pusimos a preparar la cena, constituida por salchichas y hamburguesas acompañadas de un poco de ensalada. Y después, viéndonos rodeados de los lujos que tenían todos nuestros vecinos, decidimos ponernos una película en el portátil, aunque no terminamos de verla porque nos fuimos a la cama a dormir. Estábamos cansados y la idea era madrugar al día siguiente.

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Camping las Arenillas = 33 €/día para 3 personas, parcela y electricidad.

CUEVAS DEL SOPLAO
Visita turística = 10 €.
Visita aventura = 30 €.

domingo, 3 de enero de 2010

Cantabria (y III)

Día 3: Viveda - Logroño
Distancia: 270 km // Tiempo: 2:30 h // Consumo: 24 L
Combustible: 22,32 € // Peajes: 12,80 € // Total: 35,12 €
Alojamiento: 0,00 € // Alimentación: 60,00 € // Varios: 40,00 €

El último día decidimos darnos un pequeño margen a la hora de ponernos en pie, aunque en el momento de la verdad María y Berta me llamaban por teléfono a las 9:00 de la mañana porque ya iban a salir a desayunar y contaban con que yo también anduviera despierto, cosa que era cierta.
Tomamos nuestros bollitos, sobaos y galletas y los cafés, leímos un poco e hicimos tiempo a que los más perezosos fueran despegándose de las sábanas, mientras Merce, la dueña de la casa, nos entretenía con historias de la zona.
En el plan del día teníamos anotado Santillana del Mar como único destino. Como emplearíamos la tarde en el viaje de vuelta solo disponíamos de media jornada para empaparnos de la historia y la cultura de la zona y la emplearíamos en ese municipio .
El trayecto desde Viveda se reduce a cerca de 5 minutos. Al llegar nos dirigimos al aparcamiento que hay junto a la Oficina de Turismo,

que me anoté como apto para pernoctar en él por sus características físicas aunque no me molesté en averiguar si está permitido.
Comenzamos nuestra visita por la calle Cantón, observando los numerosos comercios con productos típicos del lugar y echando un ojo a los candidatos a ser nuestro restaurante para ese día. Hicimos la primera parada en el Museo El Solar que alberga una exposición permanente de elementos de tortura empleados por la Inquisición, desde los más conocidos hasta los más viles.

La entrada cuesta unos 3€ y en el interior del museo existen piezas auténticas recuperadas para la exposición, como es el caso de un garrote vil usado por durante la dictadura de Franco.
Nos acercamos hasta el Palacio de los Velarde, en la Plaza de las Arenas. Es un edificio de transición del gótico al renacimiento que fue remodelado en el siglo XVII y que, aún teniendo unas proporciones muy considerables, posee una fachada sumamente austera.
Enfrente, en el otro extremo de la Plaza de las Arenas, encontramos el plato fuerte del municipio de Santillana: el Claustro y la Colegiata románica de Santa Juliana . Ésta es la composición del conjunto:

1. Frontis: con el pantócrator y los apóstoles y sobre ellos Santa Juliana en una hornacina barroca.

2. Campanil: antigua torre de campanas similar a la de Frómista, Palencia.
3. Entrada: la portada románica con arquivoltas sobre capiteles figurados une el templo con el atrio.
4. Claustro: de importancia a nivel nacional debido a la iconografía románica plasmada en su escultura.

5. Capiteles: un total de 43 con motivos decorativos, figurados, geométricos, bíblicos,...

6. Retablo: del siglo XVI, en la corriente gótica hispano-flamenca, muestra el martirio de la patrona y la vida de Cristo.
La entrada cuesta 3€ siendo los lunes el día de descanso semanal y bien merece la pena dedicar un buen rato a conocer todo lo posible mediante los múltiples paneles de la colegiata y la visita guiada que suena de fondo en el claustro. Además de los detalles arquitectónicos y artísticos, se relata el martirio sufrido por Santa Juliana, la patrona, que se negó ante su padre y su esposo a renunciar a la fe cristiana siendo ejecutada por orden de estos.
Abandonamos el monumento cuando ya se acercaba la hora de comer y pensando en dónde lo íbamos a hacer. Mientras lo decidíamos, nos acercamos hasta la Plaza Mayor, o Plaza de Ramón y Pelayo, que ya habíamos visto por la noche y que en esos momento bullía de actividad. En torno a la plaza se levantan edificios importantes como el Ayuntamiento, la Casa Torre de la Parra y la Casa del Águila entre otros.
En ese momento se encontraba por allí la Asociación Cultural de Artesanos de Cantabria, vestidos con trajes regionales y aprovechamos para inmortalizarlos con nuestras cámaras en el instante en que posaban para unas fotografías.

Noticia en el Diario Montañes
De camino hacia los coches seguimos oteando los diferentes comercios que abarrotan los bajos de los edificios hasta que nos decidimos por uno en el que hicimos acopio de anchoas de Santoña para repartir. Estaban muy bien de precio, 4 botes grandecitos a 20€, y realmente buenas una vez las he podido degustar.
A la hora de la comida finalmente elegimos hacer caso de la sugerencia que Merce nos haría el primer día y nos pasamos por el restaurante Casa Gloria, que se encuentra en la carretera CA-131 un poco antes de llegar al barrio de Queveda. Pedimos unos entrantes y ensaladas para hacer hambre para la parrillada que nos sacarían como plato fuerte. Siendo sincero, no quedamos muy impresionados: la carne no era mala pero estaba demasiado hecha y lo que más gustó fue la guarnición de patatas asadas con pimientos y salsas. Quizá la cantidad de gente que había en el local desmereció un poco los alimentos y fue la causante de que nos pidieran que abandonásemos la mesa para tomar el café en la zona de bar y así poder sentar a otro grupo.
Así lo hicimos mientras veíamos cómo terminaban de limpiar la zona del asador, con claras evidencias de dejar de servir comidas hasta la noche. Abonamos la cuenta, que nos pareció razonable, y nos convidaron a unos chupitos de crema de Orujo sabor manzana, de la famosísima casa Sierra del Oso (web).
En el aparcamiento del restaurante tuvimos las correspondientes despedidas para poder ir cada uno a su casa al llegar a Logroño. El viaje de vuelta fue muy tranquilo siguiendo el mismo itinerario que dos días antes por la autovía del Cantábrico y la AP-68.