El cuarto y último día, para nuestra desgracia, se confirmaban los presagios del parte metereológico que habíamos visto el día anterior. Consultando las correspondientes páginas web de las estaciones del pirineo aragonés, íbamos viendo como una tras otra caían en el saco de las descartadas. Astún y Candanchú abrían al mínimo y con mal tiempo, tanto como para descartar el acercarnos incluso teniendo forfait gratis para la segunda. Panticosa presentaba un aspecto similar y aún con más kilómetros abiertos no presentaba un panorama suficientemente apetecible. Formigal estaba directamente cerrada. Nuestro último día de nieve iba a ser sin nieve.
Convinimos bajar a desayunar para darle un poco de tiempo al clima para que se asentase, confiando en volver a la habitación a mirar el ordenador y ver un sol radiante en las webcam de alguna estación. Saciamos el apetito con un opíparo desayuno, como las mañanas anteriores, por si se cumplían nuestros deseos y necesitábamos una buena reserva de energías. Sin embargo, nada cambiaba en los partes informativos a nuestro regreso.
Había que elegir un plan alternativo porque volver a casa sin aprovechar ese día se nos antojaba casi pecado. La opción de ver la ciudadela fue descartada de inmediato. Si cuando podíamos nosotros, ella no nos dejaba, ahora que estaba abierta a las visitas íbamos a ser nosotros los que le diéramos calabazas. La balanza se igualaba y quedábamos en tablas para la próxima vez.
Después de recoger las cosas y organizar la furgo para el viaje, pagamos la estancia y los forfaits y nos acercamos hasta el Paseo de la Constitución. Al final del mismo dejamos la furgo aparcada porque queríamos ver el puente de San Miguel, que cruza el río Aragón. Sin embargo, vimos que el paseo podía suponer un par de kilómetros andando a una temperatura de -6ºC. Decidimos que la recompensa no era suficiente para pasar ese frío.
Dejando atrás un nuevo destino pasábamos a buscar otro. No sería otro que el Monasterio de San Juan de la Peña. Lo teníamos de paso hacia Logroño y es un punto singular muy recomendable de ver.
Salimos de Jaca en dirección a Pamplona por la N-240, que seguimos hasta la A-1603 que lleva a Santa Cruz de la Serós. En el cruce ya aparece un cartel informativo para indicarnos la ubicación del monasterio. La carretera comarcal se encontraba en obras a la altura del pueblo mencionado cuando pasamos nosotros y el frío se manifestaba de un modo muy evidente en los montes que nos rodeaban.
Accedimos primero al Monasterio Nuevo, levantado a raíz del incendio que en 1675 arrasó el original durante 3 días y acabó con la habitabilidad monacal del mismo. Diseñado por Miguel Ximenez, su construcción se prolongó hasta el inicio del siglo XIX y nunca llegó a ser acabado. Representa perfectamente la construcción de la época moderna por su simetría y aprovechamiento de espacios. Destaca con luz propia la fachada claramente barroca por la profusión de detalles que contiene y en cuyas hornacinas aparecen representados San Juan Bautista, San Indalecio y San Benito.
El edificio ha sido recientemente sometido a una profunda rehabilitación a cargo del Gobierno de Aragón ya que llevaba en desuso desde el año 1835 en que fue abandonado. Además de los centros de interpretación a los que se ha destinado su interior (del Reino de Aragón y del Monasterio de San Juan de la Peña), alberga una hospedería con categoría de hotel de 4 estrellas.
Después de echar un ojo por el exterior decidimos bajar a ver directamente el monasterio viejo. Por unos 12€ obtienes un pase para ver todo el conjunto pero preferimos ahorrarnos la mitad y ver detenidamente el Real Monasterio. Por ese importe puedes acceder al interior del curioso edificio cubierto por la roca que le da el nombre. Con un origen supuesto en el siglo X, se levantó en honor a san Juan Bautista pero a principios del siglo XI, Sancho el Mayor, lo refundó dándole su nombre definitivo: san Juan de la Peña. En esa época alcanzó gran reconocimiento convirtiéndose en panteón de reyes y monasterio predilecto entre la monarquía aragonesa.
En su estructura cabe destacar la iglesia prerománica, el Panteón de Nobles y el Panteón Real, la capilla de San Victorián y, ante todo, el claustro románico. Se aglutinan pues entre sus paredes variados estilos de construcción dependiendo de la época por la que atravesaban sus diferentes ampliaciones.
Eva y yo estuvimos cerca de tres cuartos de hora observando y aprendiendo cosas de ese lugar a una temperatura de 6 ó 7 grados bajo cero. Tengo que reconocer que volví a la furgoneta con un dolor de espanto en las manos por el frío. Quedamos impresionados con las diferentes estancias del monasterio, evocando las vivencias que tuvieron lugar durante los diez siglos de existencia de ese edificio de techo natural. Las charlas en la sala de concilios, los oficios en las iglesias, los paseos meditabundos alrededor del claustro,...
Finalmente, más motivados por la climatología adversa que por la ganas de partir, pusimos fin a la visita y con ello prácticamente al viaje, emprendiendo la vuelta a casa pasando por Pamplona. Pero llegar hasta la capital navarra no fue cosa fácil. La madre de Eva ya nos avisaba por teléfono de que una tormenta de nieve parecía venir por el Norte de la península y nos dimos de bruces con ella antes incluso de alcanzar la autovía. Tuvimos que hacer un buen número de kilómetros rodando en grupo con otros vehículos a unos 40km/h porque nadie se decidía a adelantar.
Al paso por Pamplona el temporal parecía perder intensidad pero ya había causado estragos en forma de accidentes. Llegamos a contar cinco solo en el tramo más urbano.
Conseguimos mantener un ritmo más o menos ligero hasta más allá de la mitad de camino hacia Logroño que es cuando volvíamos a ver el sol, que se ponía a brillar y calentar como si la tormenta que veíamos por el retrovisor nunca hubiera existido.
Convinimos bajar a desayunar para darle un poco de tiempo al clima para que se asentase, confiando en volver a la habitación a mirar el ordenador y ver un sol radiante en las webcam de alguna estación. Saciamos el apetito con un opíparo desayuno, como las mañanas anteriores, por si se cumplían nuestros deseos y necesitábamos una buena reserva de energías. Sin embargo, nada cambiaba en los partes informativos a nuestro regreso.
Había que elegir un plan alternativo porque volver a casa sin aprovechar ese día se nos antojaba casi pecado. La opción de ver la ciudadela fue descartada de inmediato. Si cuando podíamos nosotros, ella no nos dejaba, ahora que estaba abierta a las visitas íbamos a ser nosotros los que le diéramos calabazas. La balanza se igualaba y quedábamos en tablas para la próxima vez.
Después de recoger las cosas y organizar la furgo para el viaje, pagamos la estancia y los forfaits y nos acercamos hasta el Paseo de la Constitución. Al final del mismo dejamos la furgo aparcada porque queríamos ver el puente de San Miguel, que cruza el río Aragón. Sin embargo, vimos que el paseo podía suponer un par de kilómetros andando a una temperatura de -6ºC. Decidimos que la recompensa no era suficiente para pasar ese frío.
Dejando atrás un nuevo destino pasábamos a buscar otro. No sería otro que el Monasterio de San Juan de la Peña. Lo teníamos de paso hacia Logroño y es un punto singular muy recomendable de ver.
Salimos de Jaca en dirección a Pamplona por la N-240, que seguimos hasta la A-1603 que lleva a Santa Cruz de la Serós. En el cruce ya aparece un cartel informativo para indicarnos la ubicación del monasterio. La carretera comarcal se encontraba en obras a la altura del pueblo mencionado cuando pasamos nosotros y el frío se manifestaba de un modo muy evidente en los montes que nos rodeaban.
Accedimos primero al Monasterio Nuevo, levantado a raíz del incendio que en 1675 arrasó el original durante 3 días y acabó con la habitabilidad monacal del mismo. Diseñado por Miguel Ximenez, su construcción se prolongó hasta el inicio del siglo XIX y nunca llegó a ser acabado. Representa perfectamente la construcción de la época moderna por su simetría y aprovechamiento de espacios. Destaca con luz propia la fachada claramente barroca por la profusión de detalles que contiene y en cuyas hornacinas aparecen representados San Juan Bautista, San Indalecio y San Benito.
El edificio ha sido recientemente sometido a una profunda rehabilitación a cargo del Gobierno de Aragón ya que llevaba en desuso desde el año 1835 en que fue abandonado. Además de los centros de interpretación a los que se ha destinado su interior (del Reino de Aragón y del Monasterio de San Juan de la Peña), alberga una hospedería con categoría de hotel de 4 estrellas.
Después de echar un ojo por el exterior decidimos bajar a ver directamente el monasterio viejo. Por unos 12€ obtienes un pase para ver todo el conjunto pero preferimos ahorrarnos la mitad y ver detenidamente el Real Monasterio. Por ese importe puedes acceder al interior del curioso edificio cubierto por la roca que le da el nombre. Con un origen supuesto en el siglo X, se levantó en honor a san Juan Bautista pero a principios del siglo XI, Sancho el Mayor, lo refundó dándole su nombre definitivo: san Juan de la Peña. En esa época alcanzó gran reconocimiento convirtiéndose en panteón de reyes y monasterio predilecto entre la monarquía aragonesa.
En su estructura cabe destacar la iglesia prerománica, el Panteón de Nobles y el Panteón Real, la capilla de San Victorián y, ante todo, el claustro románico. Se aglutinan pues entre sus paredes variados estilos de construcción dependiendo de la época por la que atravesaban sus diferentes ampliaciones.
Eva y yo estuvimos cerca de tres cuartos de hora observando y aprendiendo cosas de ese lugar a una temperatura de 6 ó 7 grados bajo cero. Tengo que reconocer que volví a la furgoneta con un dolor de espanto en las manos por el frío. Quedamos impresionados con las diferentes estancias del monasterio, evocando las vivencias que tuvieron lugar durante los diez siglos de existencia de ese edificio de techo natural. Las charlas en la sala de concilios, los oficios en las iglesias, los paseos meditabundos alrededor del claustro,...
Finalmente, más motivados por la climatología adversa que por la ganas de partir, pusimos fin a la visita y con ello prácticamente al viaje, emprendiendo la vuelta a casa pasando por Pamplona. Pero llegar hasta la capital navarra no fue cosa fácil. La madre de Eva ya nos avisaba por teléfono de que una tormenta de nieve parecía venir por el Norte de la península y nos dimos de bruces con ella antes incluso de alcanzar la autovía. Tuvimos que hacer un buen número de kilómetros rodando en grupo con otros vehículos a unos 40km/h porque nadie se decidía a adelantar.
Al paso por Pamplona el temporal parecía perder intensidad pero ya había causado estragos en forma de accidentes. Llegamos a contar cinco solo en el tramo más urbano.
Conseguimos mantener un ritmo más o menos ligero hasta más allá de la mitad de camino hacia Logroño que es cuando volvíamos a ver el sol, que se ponía a brillar y calentar como si la tormenta que veíamos por el retrovisor nunca hubiera existido.
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