Lo de dormir en habitaciones de dos personas supuso, esa tercera noche del Camino, el poder descansar un poco más en condiciones. Silencio a la hora de ir a la cama, reducción (que no eliminación) de los ronquidos, colchón en condiciones,... la reserva de habitaciones en el Albergue Jakue fue una decisión acertada.
No madrugamos en exceso, pero nos pusimos en marcha cuando aún las primeras luces no cubrían las calles, que necesitaban de la iluminación de las farolas para ser transitadas.
El paseo por las calles de Puente la Reina antes del alba, resulta fresco pero muy bonito. Los colores de la piedra a la luz de las bombillas y los reflejos rojizos del amanecer, nos llevan en volandas hasta el puente sobre el Arga, el Puente de la Reina. Como el resto de puentes de la ruta jacobea, jugó un papel muy importante en la vida de los peregrinos a lo largo de los siglos. Símbolo del paso de lo terrenal a lo celestial, están cubiertos de imágenes de ritos y leyendas, pero suponían a los peregrinos el pago de las tasas exigidas para cruzar el río.
Mientras vemos como el resto de compañeros de viaje empieza a llegar al famoso puente de seis ojos, nosotros caminamos sobre las desgastadas piedras viendo ya la claridad del día con mayor energía.
Nuestras primeras miradas a un cielo cada vez más iluminado, presagian la llegada de una jornada parcialmente cubierta, cosa que nos vendría de maravilla para completar los 23 kilómetros que tenemos hasta Estella.
A la media hora larga de haber emprendido la marcha, topamos con el duro ascenso hasta Mañeru. Una intensa subida de unos quinientos metros de largo y terreno de arena y gravilla que despierta los ánimos... o los atrofia. Allí encontramos la tienda de campaña de los chicos ingleses que viajan sin hospedajes.
Y de un modo fugaz atravesamos las calles del pueblo, rebosantes de fuerzas aún a esta horas. Sin embargo, mis doloridas articulaciones estaban empezando a darme el peor trozo de todas las etapas que hicimos.
De nuevo, como los días anteriores, el sol hace acto de presencia, llenándolo todo de colores vivos, brillantes, llevando nuestras mentes y nuestras piernas, pisada tras pisada, siempre hacia delante.
Continuamos avanzando hasta el vecino Cirauqui, con cuyos habitantes se mantuvieron años de conflictos por la marcación de los límites territoriales con Mañeru. Poco más de dos kilómetros que recuerdo con mal sabor de boca: se convirtieron en unos de los pasos más dolorosos de todo el tramo de Camino de Santiago que hicimos este verano. Poco después me vería obligado a tomar un ibuprofeno para aliviar mis rodillas.
Decidimos hacer en ese pueblo nuestro primer descanso, sentados en una pequeña plaza donde muchos otros peregrinos ya se habían acomodado y daban buena cuenta de sus provisiones. Nosotros tuvimos que compartir las nuestras con un amigo improvisado, Michifu, un gato bizco que se acercó a nosotros miedoso pero empujado por el hambre.
Atravesamos Cirauqui, subiendo primeramente hasta la ermita de San Román, un beato al que cortaron la cabeza sus torturadores para que dejara de predicar. El recorrido por las calles del municipio resulta embriagador, envuelto en las típicas casonas tradicionales de la campiña navarra.
Las flechas amarillas abandonan el pueblo, una vez que hemos descendido lo que nos habían hecho subir, por la antigua calzada romana que unía Pamplona con Logroño, tan usada por los peregrinos jacobeos y de la que apenas quedan unas cuantas losas y las ruinas del puente sobre el arroyo de Iguste.
Una buena tirada nos separaba del siguiente núcleo habitado, unos 10 kilómetros a Lorca. Caminamos en todo momento paralelos a la Autovía del Camino de Santiago, la A-12, la cual cruzamos en varias ocasiones por arriba o por debajo.
Pasamos el pueblos sin detenernos mucho hasta llegar al final, donde paramos en un banco a echar un bocado. Frente a los chalets que se levantan en esa zona de Lorca, vimos pasar a muchos peregrinos mientras comíamos y recuperábamos un poco los músculos mediante estiramientos y algo de relajación.
Emprendimos después el último tramo de la etapa, con ganas de llegar a puerto y comenzando a sentir los rayos de sol cayendo sobre nosotros y sobre el resto de moradores de los caminos y campos navarros, mientras se abrían paso a través de las grandes nubes que cubrían el cielo.
Al paso por Villatuerta, aunque no íbamos demasiado faltos de fuerzas, preferimos parar a tomar unos refrescos antes de afrontar los cinco kilómetros escasos que nos restaba completar.
Compartimos, sentado en la terraza de un bar, charla con una chica del pueblo. Ésta nos informó de que en Estella estaban en fiestas y le solicitamos información sobre qué albergue elegir y por dónde movernos. Con ánimo y alegría nos pusimos en marcha de nuevo y en menos de una hora llegábamos a nuestro destino, el cual tuvimos a la vista durante buena parte de este paseo final.
Dejamos atrás el templo del Santo Sepulcro y en pocos minutos alcanzamos el albergue de peregrinos junto al puente románico del río Ega. Ya hay una larga fila de caminantes esperando para registrarse o para sellar la credencial, así que nos pusimos a la cola y esperamos nuestro turno. Diré, como opinión puramente personal, que las habitaciones y el hombre que regentaba el alojamiento en aquel momento, no son precisamente merecedores de halago por mi parte. Él, bastante tosco, y las habitaciones, algo austeras y con baños compartidos para hombres y mujeres. Como punto bueno, el bonito y bien ambientado patio interior y las vistas desde el cuarto.
Con los pies cansados, pero con la satisfacción que da una ducha después del ejercicio, salimos a dar un paseo y buscar un lugar para comer. Y lo encontramos en un bar-restaurante, en el que otros caminantes como nosotros nos invitaron a compartir mesa, gesto que aceptamos con gusto. Al final juntamos una mesa con riojanos, valencianos, canarios, catalanes y un brasileño, en la que contamos historietas de cada cual y disfrutamos de una magnífica compañía. Desde aquí un saludo para todos.
De vuelta en el albergue, Pachi y yo decidimos saltarnos la siesta y directamente bajamos al comedor a jugar al Mikado, hecho este que suscitó gran expectación en nuestros vecinos. Incluso apuntamos nuevos jugadores a medida que pasó el tiempo. Cuando bajaron las chicas, salimos al patio y volvimos a socializar creando un buen grupo de gente, cada cual de su padre y de su madre, hablando, riendo y opinando de todo tipo de temas. Es una de las cosas que me gustó del Camino de Santiago, la voluntad que encuentras en las personas de pasar un buen rato con cualquiera que tenga alrededor.
Otra vuelta por la ciudad para ir a comprar algo para la cena, lo justo para unos bocadillos completitos que nos dieran suficiente aporte energético para continuar la marcha al día siguiente.
Nuevamente en la cena compartimos mesa con parte de nuestro comensales de la mañana y de los contertulios de la tarde. Las risas y algarabías se prolongaron hasta casi las 22:00, momento en el que el hospitalero nos llamó al orden y nos hizo recoger el chiringuito. Aunque el buen rollo, el ambiente festivo del pueblo y la agradable temperatura no invitaban a ello, nos recogimos e intentamos dormir entre un auténtico concierto de instrumentos de viento.
Te puede interesar:
Información sobre el Camino de Santiago = link web de Consumer.
ESTELLA - LIZARRA
¿Dónde comer? = No puedo opinar, al encontrarse en fiestas sospecho que abusaron un poco con el precio.
¿Dónde dormir? = El albergue de peregrinos, no es muy moderno, pero está bien ubicado y su patio interior da mucho juego por unos 8€/persona.
DATOS DE LA ETAPA
Distancia = 23 km.
Desnivel positivo = 270 m.
Altura mínima / máxima = 350 / 470 m.
Porcentaje asfalto / tierra = 40 / 60.
No madrugamos en exceso, pero nos pusimos en marcha cuando aún las primeras luces no cubrían las calles, que necesitaban de la iluminación de las farolas para ser transitadas.
El paseo por las calles de Puente la Reina antes del alba, resulta fresco pero muy bonito. Los colores de la piedra a la luz de las bombillas y los reflejos rojizos del amanecer, nos llevan en volandas hasta el puente sobre el Arga, el Puente de la Reina. Como el resto de puentes de la ruta jacobea, jugó un papel muy importante en la vida de los peregrinos a lo largo de los siglos. Símbolo del paso de lo terrenal a lo celestial, están cubiertos de imágenes de ritos y leyendas, pero suponían a los peregrinos el pago de las tasas exigidas para cruzar el río.
Mientras vemos como el resto de compañeros de viaje empieza a llegar al famoso puente de seis ojos, nosotros caminamos sobre las desgastadas piedras viendo ya la claridad del día con mayor energía.
Nuestras primeras miradas a un cielo cada vez más iluminado, presagian la llegada de una jornada parcialmente cubierta, cosa que nos vendría de maravilla para completar los 23 kilómetros que tenemos hasta Estella.
A la media hora larga de haber emprendido la marcha, topamos con el duro ascenso hasta Mañeru. Una intensa subida de unos quinientos metros de largo y terreno de arena y gravilla que despierta los ánimos... o los atrofia. Allí encontramos la tienda de campaña de los chicos ingleses que viajan sin hospedajes.
Y de un modo fugaz atravesamos las calles del pueblo, rebosantes de fuerzas aún a esta horas. Sin embargo, mis doloridas articulaciones estaban empezando a darme el peor trozo de todas las etapas que hicimos.
De nuevo, como los días anteriores, el sol hace acto de presencia, llenándolo todo de colores vivos, brillantes, llevando nuestras mentes y nuestras piernas, pisada tras pisada, siempre hacia delante.
Continuamos avanzando hasta el vecino Cirauqui, con cuyos habitantes se mantuvieron años de conflictos por la marcación de los límites territoriales con Mañeru. Poco más de dos kilómetros que recuerdo con mal sabor de boca: se convirtieron en unos de los pasos más dolorosos de todo el tramo de Camino de Santiago que hicimos este verano. Poco después me vería obligado a tomar un ibuprofeno para aliviar mis rodillas.
Decidimos hacer en ese pueblo nuestro primer descanso, sentados en una pequeña plaza donde muchos otros peregrinos ya se habían acomodado y daban buena cuenta de sus provisiones. Nosotros tuvimos que compartir las nuestras con un amigo improvisado, Michifu, un gato bizco que se acercó a nosotros miedoso pero empujado por el hambre.
Atravesamos Cirauqui, subiendo primeramente hasta la ermita de San Román, un beato al que cortaron la cabeza sus torturadores para que dejara de predicar. El recorrido por las calles del municipio resulta embriagador, envuelto en las típicas casonas tradicionales de la campiña navarra.
Las flechas amarillas abandonan el pueblo, una vez que hemos descendido lo que nos habían hecho subir, por la antigua calzada romana que unía Pamplona con Logroño, tan usada por los peregrinos jacobeos y de la que apenas quedan unas cuantas losas y las ruinas del puente sobre el arroyo de Iguste.
Una buena tirada nos separaba del siguiente núcleo habitado, unos 10 kilómetros a Lorca. Caminamos en todo momento paralelos a la Autovía del Camino de Santiago, la A-12, la cual cruzamos en varias ocasiones por arriba o por debajo.
Pasamos el pueblos sin detenernos mucho hasta llegar al final, donde paramos en un banco a echar un bocado. Frente a los chalets que se levantan en esa zona de Lorca, vimos pasar a muchos peregrinos mientras comíamos y recuperábamos un poco los músculos mediante estiramientos y algo de relajación.
Emprendimos después el último tramo de la etapa, con ganas de llegar a puerto y comenzando a sentir los rayos de sol cayendo sobre nosotros y sobre el resto de moradores de los caminos y campos navarros, mientras se abrían paso a través de las grandes nubes que cubrían el cielo.
Al paso por Villatuerta, aunque no íbamos demasiado faltos de fuerzas, preferimos parar a tomar unos refrescos antes de afrontar los cinco kilómetros escasos que nos restaba completar.
Compartimos, sentado en la terraza de un bar, charla con una chica del pueblo. Ésta nos informó de que en Estella estaban en fiestas y le solicitamos información sobre qué albergue elegir y por dónde movernos. Con ánimo y alegría nos pusimos en marcha de nuevo y en menos de una hora llegábamos a nuestro destino, el cual tuvimos a la vista durante buena parte de este paseo final.
Dejamos atrás el templo del Santo Sepulcro y en pocos minutos alcanzamos el albergue de peregrinos junto al puente románico del río Ega. Ya hay una larga fila de caminantes esperando para registrarse o para sellar la credencial, así que nos pusimos a la cola y esperamos nuestro turno. Diré, como opinión puramente personal, que las habitaciones y el hombre que regentaba el alojamiento en aquel momento, no son precisamente merecedores de halago por mi parte. Él, bastante tosco, y las habitaciones, algo austeras y con baños compartidos para hombres y mujeres. Como punto bueno, el bonito y bien ambientado patio interior y las vistas desde el cuarto.
Con los pies cansados, pero con la satisfacción que da una ducha después del ejercicio, salimos a dar un paseo y buscar un lugar para comer. Y lo encontramos en un bar-restaurante, en el que otros caminantes como nosotros nos invitaron a compartir mesa, gesto que aceptamos con gusto. Al final juntamos una mesa con riojanos, valencianos, canarios, catalanes y un brasileño, en la que contamos historietas de cada cual y disfrutamos de una magnífica compañía. Desde aquí un saludo para todos.
De vuelta en el albergue, Pachi y yo decidimos saltarnos la siesta y directamente bajamos al comedor a jugar al Mikado, hecho este que suscitó gran expectación en nuestros vecinos. Incluso apuntamos nuevos jugadores a medida que pasó el tiempo. Cuando bajaron las chicas, salimos al patio y volvimos a socializar creando un buen grupo de gente, cada cual de su padre y de su madre, hablando, riendo y opinando de todo tipo de temas. Es una de las cosas que me gustó del Camino de Santiago, la voluntad que encuentras en las personas de pasar un buen rato con cualquiera que tenga alrededor.
Otra vuelta por la ciudad para ir a comprar algo para la cena, lo justo para unos bocadillos completitos que nos dieran suficiente aporte energético para continuar la marcha al día siguiente.
Nuevamente en la cena compartimos mesa con parte de nuestro comensales de la mañana y de los contertulios de la tarde. Las risas y algarabías se prolongaron hasta casi las 22:00, momento en el que el hospitalero nos llamó al orden y nos hizo recoger el chiringuito. Aunque el buen rollo, el ambiente festivo del pueblo y la agradable temperatura no invitaban a ello, nos recogimos e intentamos dormir entre un auténtico concierto de instrumentos de viento.
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ESTELLA - LIZARRA
¿Dónde comer? = No puedo opinar, al encontrarse en fiestas sospecho que abusaron un poco con el precio.
¿Dónde dormir? = El albergue de peregrinos, no es muy moderno, pero está bien ubicado y su patio interior da mucho juego por unos 8€/persona.
DATOS DE LA ETAPA
Distancia = 23 km.
Desnivel positivo = 270 m.
Altura mínima / máxima = 350 / 470 m.
Porcentaje asfalto / tierra = 40 / 60.
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