Una vez hubimos resuelto la comida (ya contada en JonyMao Travel) había que ponerse en marcha de nuevo hacia el siguiente objetivo, uno de los más esperados y que a la postre satisfizo absolutamente las expectativas depositadas en él: el Castillo de Gormaz, que llegó a ser la mayor fortaleza europea de su época. De él diría el catedrático Luis Díez del Corral "Nada hay ni hubo en la Europa del siglo X, que de lejos pudiera compararse con Gormaz".
Durante el camino de ida hacia el municipio de Gormaz mis ojos no dejaban de posarse en las vides podadas no hace mucho y bajo las cuales se amontonaban las ramas retiradas, en ocasiones ya engavilladas. Pese a ser objeto de mofa primero y de reprimendas después, en mi mente no había lugar para nada que no fuera el cenar esa noche una buena parrillada con sarmientos y, que el dueño del campo me perdone, poco antes de llegar al pueblo tuve que parar y apañarme una gavillita. Una vez hubo ésta entrado en el maletero de la furgo, las mofas y reprimendas se convirtieron en gestos de interesada amistad.
Interrumpimos nuestro ascenso en Gormaz para hacer un breve descanso tomando un café y comprobar en nuestras carnes lo bien que funcionaba la estufa de leña que calentaba el ambiente en el bar del pueblo. Habría unos 10-12ºC en la calle y estábamos en camiseta y pasándolo mal en el interior del establecimiento. Y aún nos decía el orgulloso dueño, que esa no tiraba igual de bien que la que tenía en casa de auténtico hierro fundido.
Estuvimos charlando un rato con él manifestando nuestras intenciones de visitar el castillo y la ermita y nos desveló que precisamente él era el encargado de enseñar ésta última, pero que no podía hacerlo mientras tuviese gente en el bar. Nos convido a visitar primero el castillo y si después estaba libre nos guiaría gustosamente, así que subimos hasta el punto más alto de la zona y base de la impresionante construcción.
Construido sobre un cerro cretácico de planta alargada, la fortaleza califal de Gormaz se convirtió en origen y bastión de numerosos ataques de las tropas árabes sobre tierras cristianas. Fue mandada levantar por orden del general Galib en tiempos del califa Al-Haquem II sobre los restos de un castillo anterior, entre los años 956 y 966. Ejecutado casi en su totalidad por sillares labrados, cuenta (o contaba) con dos zonas diferenciadas separadas por un foso, hoy cubierto: el alcázar y el recinto amurallado.
En el alcázar encontraremos la torre de Almanzor del siglo X, la sala de armas y la Torre del Homenaje que hace de puerta de entrada al alcázar, una poterna califal hacia el norte y los restos de un aljibe. En el recinto amurallado, de unos 446 metros de largo y 60 de ancho, se asentaba la tropa, las caballerizas, los almacenes y una alberca de planta cuadrada de grandes dimensiones excavada en la roca. Cuenta con varias poternas hacia el norte y la fabulosa puerta califal con alfiz en un cuerpo, formado por dos torres unidas y con un segundo arco interior.
Mientras nos acercábamos a pie (de hecho, ya desde que te acercas por la carretera y lo ves en el horizonte) nos dábamos cuenta de la colosal obra de ingeniería que tuvo lugar para levantar el castillo. Al subir por la rampa de acceso, los lienzos que se levantan hasta 10 metros desde el suelo, dan ya una primera y fiable impresión de las medidas de los que vas a encontrar en el interior.
Nos acercamos primero hacia una parte casi totalmente derruida en la parte Norte del recinto, donde perdimos un buen rato tomando fotografías y alucinando con el paisaje que se formaba por la acción de los campos y del propio castillo sobre el cerro.
No es difícil dejar volar la imaginación hacia tiempos pasados, en plenas guerras entre moros y cristianos que tuvieron en este escenario un punto clave y recrear los momentos que se pudieron suceder en él. La visión de esos muros, las colinas y la vasta extensión de terreno que abarcan nuestros ojos nos sitúan en mitad de una cruzada imaginaria. Los arqueros disparando sus flechas, las armas de largo alcance intentando penetrar los muros de la fortaleza, miles de soldados de infantería avanzando hacia las altas paredes,...
Visitamos después el alcázar, suficientemente bien conservado como para adivinar todas las partes en las que se divide. Las recorrimos de arriba a abajo imaginando las dependencias califales y los armeros trabajando para dejar a punto todo el armamento del que se disponía.
Pudimos observar la poterna califal que quizá en alguna escaramuza complicada tuvo que ser usada por algunos de sus moradores para escapar de la fortaleza sin ser vistos.
Dejamos para el final la parte del recinto amurallado de la que teníamos la impresión que no nos iba a causar el mismo impacto que el alcázar. Sin embargo al volver hacia esta zona y detenernos un poco más en su observación, su propio tamaño ya te deja con la boca abierta. Su estado no es tan bueno como el de los restos que acabábamos de ver pero aún se intuyen algunas de las formaciones que alojó, como la alberca y sus dependencias.
Pero hay un elemento que destaca por encima del resto por su arquitectura especial. Se trata de la puerta califal. En nuestro caso y en las circunstancias de aquel día, brilló con luz propia, más que por su interés arquitectónico o histórico, por la corriente de aire que se formaba a través de la misma. Fue por ese motivo que la bautizamos como "la puerta del aire", sustantivo no demasiado ingenioso pero que se correspondía plenamente con lo que allí ocurría.
Para las mujeres significó un buen rato de liberación merced a los gritos que estuvieron pegando. Sobra decir que fue un marco ideal para hacer el ganso hasta límites insospechados.
Tras un cuarto de hora largo sintiéndonos como paracaidistas decidimos poner fin a esa visita para poner rumbo a la siguiente parada de nuestra hoja de ruta: el castillo de Berlanga. Sin pararnos a ver la ermita de Gormaz, nos encaminamos hacia el pueblo en el que se encuentra haciendo una única parada... para hacer usufructo de otra gavilla desorientada.
Enseguida empezaría a anochecer y queríamos ver nuestro segundo castillo de la jornada, así que avanzamos rápido pero sin riesgos por carreteras comarcales y en 20 minutos nos plantamos en Berlanga de Duero.
El pueblo nos pareció precioso mientras atravesábamos sus callejuelas aportaladas buscando nuestro objetivo. Cabe destacar de entre el resto la Puerta Aguilera y la Plaza Mayor, aunque no tuvimos mucho tiempo para recrearnos.
Durante el camino de ida hacia el municipio de Gormaz mis ojos no dejaban de posarse en las vides podadas no hace mucho y bajo las cuales se amontonaban las ramas retiradas, en ocasiones ya engavilladas. Pese a ser objeto de mofa primero y de reprimendas después, en mi mente no había lugar para nada que no fuera el cenar esa noche una buena parrillada con sarmientos y, que el dueño del campo me perdone, poco antes de llegar al pueblo tuve que parar y apañarme una gavillita. Una vez hubo ésta entrado en el maletero de la furgo, las mofas y reprimendas se convirtieron en gestos de interesada amistad.
Interrumpimos nuestro ascenso en Gormaz para hacer un breve descanso tomando un café y comprobar en nuestras carnes lo bien que funcionaba la estufa de leña que calentaba el ambiente en el bar del pueblo. Habría unos 10-12ºC en la calle y estábamos en camiseta y pasándolo mal en el interior del establecimiento. Y aún nos decía el orgulloso dueño, que esa no tiraba igual de bien que la que tenía en casa de auténtico hierro fundido.
Estuvimos charlando un rato con él manifestando nuestras intenciones de visitar el castillo y la ermita y nos desveló que precisamente él era el encargado de enseñar ésta última, pero que no podía hacerlo mientras tuviese gente en el bar. Nos convido a visitar primero el castillo y si después estaba libre nos guiaría gustosamente, así que subimos hasta el punto más alto de la zona y base de la impresionante construcción.
Construido sobre un cerro cretácico de planta alargada, la fortaleza califal de Gormaz se convirtió en origen y bastión de numerosos ataques de las tropas árabes sobre tierras cristianas. Fue mandada levantar por orden del general Galib en tiempos del califa Al-Haquem II sobre los restos de un castillo anterior, entre los años 956 y 966. Ejecutado casi en su totalidad por sillares labrados, cuenta (o contaba) con dos zonas diferenciadas separadas por un foso, hoy cubierto: el alcázar y el recinto amurallado.
En el alcázar encontraremos la torre de Almanzor del siglo X, la sala de armas y la Torre del Homenaje que hace de puerta de entrada al alcázar, una poterna califal hacia el norte y los restos de un aljibe. En el recinto amurallado, de unos 446 metros de largo y 60 de ancho, se asentaba la tropa, las caballerizas, los almacenes y una alberca de planta cuadrada de grandes dimensiones excavada en la roca. Cuenta con varias poternas hacia el norte y la fabulosa puerta califal con alfiz en un cuerpo, formado por dos torres unidas y con un segundo arco interior.
Mientras nos acercábamos a pie (de hecho, ya desde que te acercas por la carretera y lo ves en el horizonte) nos dábamos cuenta de la colosal obra de ingeniería que tuvo lugar para levantar el castillo. Al subir por la rampa de acceso, los lienzos que se levantan hasta 10 metros desde el suelo, dan ya una primera y fiable impresión de las medidas de los que vas a encontrar en el interior.
Nos acercamos primero hacia una parte casi totalmente derruida en la parte Norte del recinto, donde perdimos un buen rato tomando fotografías y alucinando con el paisaje que se formaba por la acción de los campos y del propio castillo sobre el cerro.
No es difícil dejar volar la imaginación hacia tiempos pasados, en plenas guerras entre moros y cristianos que tuvieron en este escenario un punto clave y recrear los momentos que se pudieron suceder en él. La visión de esos muros, las colinas y la vasta extensión de terreno que abarcan nuestros ojos nos sitúan en mitad de una cruzada imaginaria. Los arqueros disparando sus flechas, las armas de largo alcance intentando penetrar los muros de la fortaleza, miles de soldados de infantería avanzando hacia las altas paredes,...
Visitamos después el alcázar, suficientemente bien conservado como para adivinar todas las partes en las que se divide. Las recorrimos de arriba a abajo imaginando las dependencias califales y los armeros trabajando para dejar a punto todo el armamento del que se disponía.
Pudimos observar la poterna califal que quizá en alguna escaramuza complicada tuvo que ser usada por algunos de sus moradores para escapar de la fortaleza sin ser vistos.
Dejamos para el final la parte del recinto amurallado de la que teníamos la impresión que no nos iba a causar el mismo impacto que el alcázar. Sin embargo al volver hacia esta zona y detenernos un poco más en su observación, su propio tamaño ya te deja con la boca abierta. Su estado no es tan bueno como el de los restos que acabábamos de ver pero aún se intuyen algunas de las formaciones que alojó, como la alberca y sus dependencias.
Pero hay un elemento que destaca por encima del resto por su arquitectura especial. Se trata de la puerta califal. En nuestro caso y en las circunstancias de aquel día, brilló con luz propia, más que por su interés arquitectónico o histórico, por la corriente de aire que se formaba a través de la misma. Fue por ese motivo que la bautizamos como "la puerta del aire", sustantivo no demasiado ingenioso pero que se correspondía plenamente con lo que allí ocurría.
Para las mujeres significó un buen rato de liberación merced a los gritos que estuvieron pegando. Sobra decir que fue un marco ideal para hacer el ganso hasta límites insospechados.
Tras un cuarto de hora largo sintiéndonos como paracaidistas decidimos poner fin a esa visita para poner rumbo a la siguiente parada de nuestra hoja de ruta: el castillo de Berlanga. Sin pararnos a ver la ermita de Gormaz, nos encaminamos hacia el pueblo en el que se encuentra haciendo una única parada... para hacer usufructo de otra gavilla desorientada.
Enseguida empezaría a anochecer y queríamos ver nuestro segundo castillo de la jornada, así que avanzamos rápido pero sin riesgos por carreteras comarcales y en 20 minutos nos plantamos en Berlanga de Duero.
El pueblo nos pareció precioso mientras atravesábamos sus callejuelas aportaladas buscando nuestro objetivo. Cabe destacar de entre el resto la Puerta Aguilera y la Plaza Mayor, aunque no tuvimos mucho tiempo para recrearnos.
De todas formas los esfuerzos cayeron en saco roto al llegar a la puerta del castillo. El personal que organizaba las visitas se encargaba de darnos la gran decepción al informarnos de que llegábamos tarde. Sólo pudimos dar un par de vueltas por los alrededores y ver sus murallas.
Nos volvimos a casa con el chasco de no haber podido entrar pero con el consuelo de pensar en la parrillada que nos íbamos a zampar. Antes de llegar a Aldealseñor, parada en Soria capital a comprar algunas cosas para acompañar la cena.
Nos volvimos a casa con el chasco de no haber podido entrar pero con el consuelo de pensar en la parrillada que nos íbamos a zampar. Antes de llegar a Aldealseñor, parada en Soria capital a comprar algunas cosas para acompañar la cena.
Esta noche fue bastante más fácil encender el fuego y a medida que la gente se duchaba, la carne iba entrando en la parrilla: panceta, chuletas, chorizo, morcilla,... Lo acompañamos, como tiene que ser, con verduras y con vino. Por fin éramos capaces de ver el fuego y comer lo que tantos días llevábamos soñando. Y todo gracias a las gavillas que todos quisimos recoger ¿verdad chicas?
Completamos la noche con unas copas en casa mientras el equipo de los hombres demostraba su superioridad jugando al mus. Lo mejor de la partida fueron las risas que nos echamos entre todos, los unos ganando y las otras insultando.
Nos fuimos a la cama tarde, pero a sabiendas de que al día siguiente no nos esperaba nadie.
¿¿¿superioridad??? querrás decir SOBERBIA, ARROGANCIA y CHULERIA...
ResponderEliminarNo, no, querida Berta. Quería decir superioridad. La soberbiam arrogancia y chulería llegaron después, tras la paliza que os metimos jajaja
ResponderEliminarguaaa!! me encanta el blog, pero me poneis los dientes largos jajaj un saludo para todos
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