miércoles, 3 de noviembre de 2010

Peñíscola

Al final del verano hicimos una breve escapada a Peñíscola, precioso y relajante lugar en el que mis padres pasan una semanita todos los años. Durante la semana de fiestas en Logroño por San Mateo, la mejor elección pasa por abandonar la ciudad en busca de lugares tranquilos, evitando el jaleo de las calles y los locales abarrotados.
Ya el año pasado contamos en JonyMao Travel, esta misma escapada, en la que, además, visitamos el delta del Ebro. Fueron unos días muy divertidos que nos sirvieron para desconectar profúndamente de la rutina laboral acostumbrada.
En esta ocasión creo que no recuerdo ni lo que fuimos viviendo en los 3 días que duró el mini-periodo vacacional. Es por ello que prefiero dar mayor protagonismo a las imágenes que pudimos sacar y dejar la narrativa reducida a la mínima expresión.
Así se resume pues, ese fin de semana largo:

El sábado pudimos ver desde la terraza del apartamento parte de la regata Benicarló-Peñíscola, observando los movimientos que hacían las embarcaciones para robarse el viento.

Por la tarde nos acercamos al Parque Natural Sierra de Irta, única zona costera libre de edificaciones desde Francia hasta Andalucía. Anduvimos por uno de sus múltiples senderos, muchos de los cuales asoman a la costa. Debido a su carácter montañoso, en muchas ocasiones se forman acantilados verticales

aunque también se observan líneas más suaves, como las características de extremo más cercano a Peñíscola.

Llegamos caminando hasta la torre Badum, torre de vigía de origen morisco, levantada en el año 1554. Conservada de una forma más que aceptable, se presenta con el acceso tapiado, alcual se llegaba por medio de cuerdas o escalas ya que se sitúa a media altura de la torre.

La fábrica es de mampostería trabada con cal y en la parte superior de su acceso, posee un matacán con funciones defensivas.

La temperatura era perfecta y las vistas desde ese punto, cuando faltaban pocos minutos para el atardecer, demoraron nuestra partida del lugar. Vimos el castillo del Papa Luna sobresaliendo imponente sobre la línea del mar.

Y aprovechamos para volver al coche mientras aún teníamos luz, no sin para a hacer algunas fotos de los rojizos colores del ocaso, mirando hacia la construcción de la que veníamos.

No dejamos pasar la oportunidad tampoco este año de acercarnos al castillo y callejear por esas calles con fachadas blancas repletas de tiendas y puestos. Callejuelas empedradas, murallas y miradores en muy buen estado que tranquilizan el ánimo de cualquiera al recorrerlas sin prisa y sin intención de llegar a ningún lado.

Paredes encaladas y balcones adornados con cerámicas coloridas acompañan al paseante prácticamente durante todo el recorrido.

Pasamos también por la zona del Bufador, conocido agujero en la roca pro el que el agua del mar llega hasta las casas del pueblo. Recientemente, se ha instalado allí un bar de estilo chill-out, aprovechando un marco inmejorable para tal propósito.

Y antes de volver al apartamento disfrutamos con las vistas de toda la costa iluminada con las luces de los locales, hoteles y restaurantes.

No pudimos hacer mucho más en esta escapada relámpago, que si que nos dio para hacer un amigo, una pequeña salamanquesa que nos esperaba cada noche de vuelta a casa en el pasillo.

Con gusto hicimos los más de mil kilómetros en 4 días que nos suponene acercarnos a esta parte nuestra geografía. La recompensa en forma de paz y tranquilidad supera con creces al cansancio del viaje el cuál, si se hace relajadamente y con alguna parada, no tiene porqué ser un inconveniente.

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